Esta mañana se ha presentado Sebas en mi casa, que me tenía que contar algo muy importante, ha dicho. Diana, tan de buena familia y tan bien educada ella, ha anunciado que aprovechaba la coyuntura para irse de compras. Una vez que se ha ido Sebas ha dicho "macho, vaya pibón tu nueva novia". No es mi novia, he respondido. Pues dame su teléfono, ha añadido él. Lo llevas clarinete, he zanjado. Luego, entrando ya en materia, me ha dicho que se iba a comprar una bicicleta. Naturalmente, me he sentado, no fuese que una revelación de tal calado me provocase un desmayo. Me ha contado que el otro día se marcó un sprint para coger el 21, y que luego se pasó la mitad del trayecto jadeando. Ha dicho que él antes era la envidia de su portal, el deportista total, tan habilidoso en el mano a mano frente al portero como certero en el lanzamiento desde la linea de seisveinticinco, con un don para el cambio de ritmo en la recta final y una suma pericia en el lanzamiento del martillo. Y ahora, pues eso, que está hecho un asco, y que ya está, que ya le ha hecho el encargo a un amigo que sabe una barbaridad de manetas y de bielas y de triples platos y de cuadros Shimano. Luego, en lo que un observador imparcial hubiera tomado de forma equivocada por un cambio de tema, ha añadido que últimamente sueña con relativa frecuencia con fontaneros atacados hasta la muerte por sus propias llaves allen y sus desatascadores. En resumen, que el bueno de Sebas reúne todos los síntomas clásicos del treintañero que tras una larga vida de engolfe disfruta de su última semana de independencia ante la inminente mudanza a una coqueta casita de dos pisos recién adquirida y remodelada junto a su novia, un cielo de mujer, la perfecta horma de ese zapato. En fin, que entre bicicletas y fontaneros no me ha quedado más remedio que parafrasear a su chica y soltarle el clásico: Sebas, figura, qué tonto eres y cuánto te quiero.
La fotografía, vía Classic Rendezvous.
martes, junio 20, 2006
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