A menudo me pregunto a quién se referirán cuando hablan de la mística del perdedor. Bueno, miento, sé perfectamente que se refieren a ese al que más que de perdedor habría que calificar de inútil. Ese que nada tiene, ese al que todo en la vida se le ha esquinado, ese al que ante un cruce de caminos ves dirigirse siempre directo al precipicio, ese que acaba resultando alguien merecedor de simpatías y carne de abundantes guiones cinematográficos o historias literarias arrebatadoras. Ese que incluso acaba gozando de una cierta admiración por parte de un numeroso grupo de seguidores.
Pero no es ese el único tipo de perdedor que existe. Existe también alguien que lo que despierta no es simpatía sino lástima, alguien cuya historia no motiva libros o películas, sino conversaciones de bar o peluquería en las que siempre se acaba deslizando un 'se lo merecía' o un 'le está bien empleado', alguien que lejos de contar con seguidores con lo que cuenta es con una trayectoria que todos tratan de obviar, con unos meritos pretéritos que los demás se esmeran en esconder bajo la alfombra, alguien cuya existencia se trata, en definitiva, de olvidar. A éste es al que habría que reservar el calificativo de perdedor: a aquel que perdió cuando todo el mundo apostaba por su victoria, aquel que no tenía rival, aquel cuyo asunto era pan comido.
Fotografía de Andy Metal.
martes, marzo 28, 2006
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