Anteriormente ya os hablé de mi afición a, de cuando en cuando, ir al cine sin más compañía que mi sombra, como expliqué entonces, más por nostalgia que por cinefilia. Pues bien, hace unos días, mientras veía una película que tenía perdida en el disco duro, recordé un hecho del que fuí espectador en una de estas sesiones de palomitas solitarias, hace ya unos cuantos años. No es que esta película tuviese en su argumento ningún hecho similar a aquel que recuerdo, más bien era una identificación con los sentimientos del protagonista, quien enfrentado a un hecho impactante se culpaba en cierta forma de no ser capaz de sentir más de lo que sentía, y se preguntaba qué era lo que motivaba su indiferencia ante lo terrible. Algo similar sentí yo aquel día ante lo que sucedió, pobre diablo, entonces aún no conocía que la insensibilidad, como el aburrimiento o la pereza, es una enfermedad degenerativa.
Como digo, fue hace bastantes años, en una sesión golfa de un ciclo dedicado a antiguas películas europeas de ciencia ficción. El título del ciclo era filosofía y ciencia ficción, o el espacio y la mente, o algo de ese estilo, y la película que estaba viendo aquella noche era el Solyaris de Tarkovsky. La proyección se encontraba más o menos a la mitad cuando un tipo de apariencia normal se sentó a mi lado (en mi fila sólo estaba yo y en el cine no habría más de veinte personas) y me dijo: "la vida es una sucesión de catástrofes... para las que no estamos preparados... para las que es imposible prepararse". Lo repitió un par de veces, le miré, asentí, y se levantó. Después se sentó junto al único habitante de la fila siguiente, oí que de nuevo repetía la misma frase, también dos veces. Y poco después se sentó unas seis o siete filas más cerca de la pantalla, junto a una pareja, pero esta vez el espectador al que se dirigió no le trató con la indiferencia con la que le habíamos tratado los demás, sino que le respondió algo en voz alta, demasiado alta, y le empujó. Ante aquello, el chalado se levantó, sacó un cuchillo de notable tamaño cuya hoja brilló ante la luz que emanaba de la pantalla, y le lanzó una dentellada que no alcanzó al espectador en el cuello porque éste, a pesar de la sorpresa, tuvo tiempo de girarse ligeramente, por lo que el cuchillo se acabó hundiendo en su hombro. La mujer que estaba con él comenzó a gritar al mismo tiempo que aquel tipo lanzaba una nueva cuchillada que rajaba en esta ocasión el brazo que aquel hombre había levantado para cubrirse. Y fue entonces cuando un espectador de la fila contigua, con una chaqueta enrollada en el antebrazo izquierdo, llegó ante el agresor, quien al verle delante dejó caer el cuchillo al suelo y levantó los brazos, a lo que el espectador en cuestión respondió propinándole un colosal puñetazo entre ceja y ceja. Apenas unos instantes después entraron en la sala dos vigilantes, uno con una porra en la mano, otro con una pistola, y detrás otros dos muchachos con una camilla. Recuerdo que me sorprendió entonces lo muy pronto que habían aparecido vigilantes y camilleros, como si supiesen que aquello iba a ocurrir, como si lo sucedido fuese una parte más del espectáculo que habíamos pagado por ver. Me sorprendió eso, me sorprendió también que en ningún momento se detuviese la proyección, y me sorprendió sobre todo que mi corazón no se hubiese acelerado ante lo acontecido, que aquello me diese tan terriblemente igual. Recuerdo que entonces le eché la culpa al estado de ánimo en el que tan hipnótica película me había sumergido, no porque fuese la verdad sino porque era lo fácil.
Unos minutos después, y ya fuera de la sala aunque todavía dentro del cine, los vigilantes sacaban a aquel hombre esposado, y al pasar cerca de mí oí que éste seguía repitiendo "la vida es una sucesión de catástrofes, una sucesión de catástrofes", a lo que uno de los que le agarraban respondía "sí, la vida, no te jode, serás hijo de puta".
lunes, enero 30, 2006
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