martes, enero 31, 2006

At home she's a tourist

Y allí estaba, con las muñecas amarradas con una cuerda al cabecero, y las piernas, muy abiertas, atadas a los pies de la cama. Habían terminado de hacer el amor, él le había comentado que debía irse enseguida, que tenía algo urgente que hacer, y ella le había dicho que la dejase atada. Al oír aquello él puso un gesto raro, demasiado raro para la altura de viaje en la que se encontraban, y le había dicho "chica, tú cada día estás peor", con algo que pretendió fuese una sonrisa pero que resultó ser un gesto atemorizado. Ella entonces le había suplicado y al final él, a regañadientes, había aceptado dejarla en aquella situación. Ella comenzaba a sentir que él no sería capaz de seguir acompañándola en su viaje, que ponía demasiados reparos, y de hecho aquella petición tenía algo de prueba, una prueba que él no había superado. Además si había algo que odiaba de veras era suplicar, y por eso en aquel mismo momento, ya sóla e inmovil y con una bola roja insertada en su boca y atada con correas a su nuca, decidió que le abandonaría, en cuanto volviese, porque aquello había dejado de tener sentido, porque la menor duda era entonces, a aquellas alturas, inadmisible. Pero al mismo tiempo sintió tambien un cierto miedo, miedo de que él sospechase el abandono y no volviese, y la dejase así, inmovil, para siempre. Una mosca y una tela de araña. Notó entonces que ese mismo miedo la estaba excitando, y se dijo "chica, sí que es verdad que estás mal", y comenzó a reir, porque sabía que había logrado al fin ser aquello que deseaba ser. Y si no rió a carcajadas fue tan sólo porque aquella bola roja se lo impedía.

Y era en eso en lo que pensaba cuando en su muñeca derecha, ante el roce con la rugosa cuerda, una antigua herida fruto de otra atadura demasiado reciente comenzó a abrirse, y un fino hilo de sangre comenzó a esmerarse en tornar el impoluto blanco de la blanca almohada en un intenso color rojo carmesí.

Fotografía de Gero Gröschel.
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