sábado, diciembre 24, 2005

La barba blanca, el traje rojo y un reno

... y me repetía "castígame, castígame, castígame", una vez tras otra, hasta que el agotamiento nos empujaba, a mí hacia el sueño, y a ella hacia la melancolía.

Su pasatiempo favorito consistía en dibujar, y, de veras, aquello era algo que se le daba insultantemente bien. A veces, aburrida, pintaba animales imposibles de rostros fantásticos, con tres ojos y dos pares de orejas, o con labios en el ombligo y la cara pintada de espirales, o con un pico de pájaro y trenzas holandesas. Cuando terminaba su dibujo me lo ponía delante de los ojos y exclamaba divertida "¡se parece a tí!", y no paraba de reír hasta que nos enzarzábamos en una guerra de cosquillas, una guerra que sabía bien que acabaría por perder, y que finalizaba con ella, siempre ella, el rostro sofocado por el esfuerzo y la voz jadeante, suplicando "azótame los recuerdos, núblame los sentimientos, desgarra esta pena, hazme sufrir, castígame".

Fotografía de Saryn Angel.
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