martes, febrero 02, 2010

Oro parece, plata no es

"Deposita el cuchillo ensangrentado encima de la mesa y durante unos instantes lucha por controlar el estupor. Luego se sienta y encience el televisor, donde varios tipos ataviados con ropas de colores se disputan la posesión de una pelota. Se lleva las manos a la cara y sacude la cabeza en gesto de evidente desesperación.
- No me lo puedo creer, ¿otra vez fútbol?"
Cierro el editor de texto y ante la pregunta "¿desea guardar los cambios?" presiono el "no" ante la inexistencia de un "por supuesto que no". Me llevo las manos a la cara y sacudo la cabeza en gesto de evidente desesperación. De nuevo voy a fallarle a alguien que no lo merece, alguien que a mí nunca me fallaría, alguien a quien le debo diez. Acepté el compromiso y en cuanto me comprometí olvidé que me había comprometido, y no es hasta hoy, los plazos expirados, mañana el último día, que lo recuerdo. Demasiado tarde. Las dos únicas cosas de las que puedo hablar con cierta propiedad son la muerte y las resacas, y no es plan. Para todo lo demás soy un turista, cuando no un impostor. Qué asco, de verdad. Cierro el ordenador y salgo de casa. En el bar me reúno con dos amigos y bebemos y hablamos de mujeres, un tema que siempre me deja mal parado. Porque las frecuento bellas, lo cual despierta las simpatías de mis congéneres, pero a partir de ahí es todo un desastre. Porque me gustan las peores. Esa niña de papá que nunca tuvo que luchar por nada, esa vanidosa que se mira hasta en el reverso de los retrovisores, esa niñata que con un acento desastroso desgrana argumentos que bordean el puro retraso mental. Esas me vuelven loco. Supongo que no hace falta ser psicólogo para verle al asunto la moraleja.
Vuelvo a casa y abro el ordenador. Las resacas y la muerte. Y las mujeres desastrosas. Y ese que sólo siente la soledad cuando está acompañado. Y ese que sale a cenar y en un momento dado siente que su mente le abandona, y el mareo y la nausea, y, desesperado, sin que nadie se de cuenta, se clava un tenedor en el muslo hasta sangrar, consciente de que sólo una experiencia física rotunda conseguirá mantenerle anclado a la realidad.
"- ¿Y vas a hacerme daño?
 - Sólo si tú me lo pides."
No, esto no va a acabar nada bien.
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