miércoles, diciembre 23, 2009

Al fondo de una piscina que ni una gotita de agua tenía


De repente me doy cuenta de que he sido incapaz de cuadrar un sólo pensamiento coherente en todo el día. No hablo de ideas creativas sino de los más básicos procesos mentales. Así que vuelvo a preguntarme si no será que se me ha gastado la cabeza, que estoy seco. En todo caso, decido seguir entregado al instinto, o el azar, o come se llame, y de su mano reservo mesa para esta noche en ese restaurante que tanto le gusta a Diana. Luego la llamo. ¿Sabes? He reservado mesa para esta noche en ese restaurante que tanto te gusta. Pero me dice que esta noche no puede, que ha quedado con unas amigas, que es la última vez que se van a ver antes de las fiestas, que me lo dijo, que hace dos días me lo dijo, que cómo es que no me acuerdo. Luego propone que llame al restaurante y cambie la reserva para mañana.
- Pero no te enfadas, ¿verdad?
- No seas tonta, si es culpa mía, qué me voy a enfadar...
- ¿Seguro?
- Seguro.
- ¿Mañana entonces?
- Mañana.
Cuelgo y llamo a Laura. No está muy habladora, así que voy al grano y le pregunto si le apetece que la inviten a cenar esta noche. Acepta. Quedamos unas horas más tarde, y el tiempo que resta lo paso frente al ordenador, en un foro de críos, haciéndome pasar por una adolescente anoréxica enamorada de su profesor de gimnasia. Las nuevas tecnologías y esos momentos de ocio.
Llego media hora tarde al lugar de encuentro, y aún así lo hago quince minutos antes que Laura. Cuando la veo entrar en el bar, quitándose un gorro de lana, con el pelo revuelto y la nariz colorada del frío, me parece la mujer más bella del mundo.
- Con el pelo revuelto y la nariz colorada me pareces la mu...
Y me interrumpe de un guantazo que hace que se gire medio bar. Luego empiezan los reproches y los insultos. Que si llevas tres meses sin cogerme el teléfono, que si no contestas a mis mensajes, que si quién te has creído que eres, que si eres un hijo de puta. Y yo pidiendo perdón e inventando excusa tras excusa. Afortunadamente, cuando llegamos al restaurante ya se ha calmado, y todo se torna más agradable. Compartimos varios platos y dos botellas de vino, y Laura me pregunta qué tal me va la vida y yo se lo cuento y ella, y esto es novedad, presta atención.
Cuando me levanto de la mesa es cuando me doy cuenta de que quizás he bebido demasiado. Luego vamos a un club. Hay bastante gente. Al acercarme a la barra choco con hasta tres personas y por un momento me planteo si me habré vuelto invisible. No, quiero decir que REALMENTE me planteo si me habré vuelto invisible. Ya digo que había bebido mucho vino. Cuando vuelvo hasta donde se encuentra Laura ella ha adoptado su clásica pose para esa clase de lugares, una pose entre altiva e insultante que parece decirle a los demás que debieran dar las gracias por tener la suerte de respirar el mismo aire que ella. A lo largo de un par de horas, probablemente más, maneja la conversación con sus temas habituales: que si voy a ir no sé dónde, que si me voy a comprar no sé qué, que si fulanita es una zorra. Y a eso de las tres dice que se tiene que ir, que mañana ha quedado a las dos, y la acompaño hasta su casa. En el portal nos damos un beso largo y sentido, y luego ella dice sube, y luego dice no subas, y luego dice sube, y luego dice no subas y cierra la puerta. Paro un taxi y me voy a casa. Cuando llego hay luz en la habitación. Es muy tarde, pero Diana está despierta, leyendo un libro. Sin levantar la vista me pregunta dónde he estado, y le digo que he ido a bajar la basura. Y ella se gira y me mira como si fuese el ser más incomprensible del universo. Luego sonríe, no me parece una sonrisa sarcástica, y vuelve a su libro, y doy un salto y me tumbo a su lado.
- Oye, ¿tú alguna vez has tenido una sensación como muy física de ser invisible? ¿Realmente invisible?
- Alguna vez.
- Y está muy bien, ¿verdad?
- Depende.
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