Pedimos unas cervezas y nos disponemos a pasar una agradable velada. Sin embargo, la conversación no acaba de arrancar. Nuestra amistad dura ya demasiado tiempo. Nuestros puntos de vista son similares. Echamos de menos el elemento sorpresa necesario para espolear cualquier intercambio. Nos cuesta hablar de fútbol. Nos cuesta hablar de mujeres. Nos cuesta hablar de cine.
- Qué a gusto se está sin una nueva película de Fernando León, ¿verdad?
- Sí.
Afortunadamente, al igual que para salvaguardar el matrimonio se inventaron el televisor y el sexo a oscuras, para salvaguardar la amistad se inventaron el alcohol y las drogas. Así que al cabo de unas horas la situación ha dado un giro radical. La conversación fluye con gracia. La compenetración es total. Cada ocurrencia del otro nos parece procedente de la mente de un genio. Hablamos de fútbol. Hablamos de mujeres. Hablamos de cine.
- Qué a gusto se está sin una nueva película de Fernando León, ¿verdad?
- ¡Amén, hermano!
Los momentos de complicidad se multiplican. Irradiamos una simpatía que emite un brillo cegador. Todo el mundo quisiera ser nuestro amigo. Los camareros comienzan a mirarnos mal. Nos vamos a otro bar.
En este bar no nos miran mal pero nos cobran el doble. Acabamos departiendo con dos señoritas que han decidido atizar su amistad haciendo uso de nuestra misma receta. Hablo con una de ellas, alta y esbelta. Me dice que trabaja en una tienda de ropa sita en Jorge Juan. Luego me pregunta por mi procedencia. Le digo que la última vez que miré podía pedir la nacionalidad en cuatro países distintos, y a ella todo eso le resulta fascinante, pero yo estoy harto de contar siempre la misma historia, así que introduzco hábilmente a JM en la conversación y empiezo a hablar con la otra, la rubia del pelo lacio. Aunque lo de hablar es mucho decir. Lo cierto es que no le entiendo ni una palabra. Su acento parece el resultado diabólico de unir en uno solo los de lo más profundo de las regiones de Murcia, Lleida y Badajoz. Trato de prestar más atención, pero nada, imposible. Así que decido recibir cada una de sus palabras con una sonrisa de empatía.
- El gato azul se metió a funcionario y acabó con el tabaco.
- (Sonrisa).
- Y la mañana complicada estuvo hablando con después de.
- (Sonrisa).
Al principio piensa que hemos conectado y gesticula feliz. Pero enseguida se da cuenta de que mis reacciones no casan con sus palabras y tuerce el gesto. Y comienza a preguntarme algo. "¿Están friendo un batín?". ¿Cómo que si están friendo un batín? Le pregunto a JM.
- ¿Qué dice?
- Dice que si te estás riendo de ella.
Me acerco, tomo su mano y mirandola fijamente a los ojos le digo: NO. Luego le pregunto si quiere jugar al futbolín. Acepta. Ponemos una moneda en el lateral de la mesa y esperamos nuestro turno. Cuando llega le damos la mano a nuestros rivales. Uno de ellos mira de manera poco elegante a mi pareja y le hago, los dedos bajo mis ojos, el gesto de "te tengo controlado". Él dice "¡tranqui tío!" y su compañero dice "¡no vale media ni guarra!". Empezamos a jugar. Resultamos ser bastante mejores de lo que cabría esperar. Nuestro juego es vertiginoso, vertical, explosivo. Celebramos cada gol con mucho alboroto y un cierto tono ofensivo. Yo levanto los brazos y grito "¡toma golazo!". Ella da saltos y también grita algo, pero no sabría decir qué.
jueves, octubre 22, 2009
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