lunes, marzo 30, 2009

Il cielo sopra noi, che restiamo qui, abbandonati

La gente con hijos carece para mí de todo interés. Por supuesto, no pongo en duda la enormidad de su estado, la misión cumplida, el ya sólo me queda escribir un libro o la felicidad era esto. Lo que sucede es que al mismo tiempo se ven lastrados por un demasiado que perder que les inhabilita para muchas cosas, precisamente las únicas que a mí me importan.
Todo esto se lo explicaba hoy a mi hija mientras ésta, tirada en el sofá, escenificaba su nulo interés en mis palabras rubricando firmas falsas en la escayola de su brazo izquierdo. Yes, Zoe, we can! - Barack Obama. Viva la Zoe! - Chris Martin. La escayola es resultado de un accidente de bicicleta al volver de una discoteca a las tantas. Berlín está peligrosísimo, no veas qué charcos. Los famosos charcos de las tres de la mañana, qué me vas a contar. El caso es que forma parte de un sector laboral en el que si te hieres te quedas fuera, por lo que ha aprovechado estos días de vacaciones forzosas para venir a visitarme. Al principio iban a ser cuatro días. Ya lleva aquí casi un mes. Ya mejor esperamos a que me quiten la escayola, ¿no?
El vaivén, imaginen, es considerable. Me veo obligado a ajustarme a horarios más humanos y rutinas más éticas, y encima, como está aquí la niña, no me saco a mis padres de encima ni con agua caliente. Pasábamos por aquí y... Todo lo cual acaba motivando situaciones complicadas, como sucedió ayer, cuando apareció Laura con una botella de vino en la mano y ganas de una diversión conocida. Y, claro, yo no la iba a echar de casa y ella no se iba a ir sin saludar, así que entró y abrimos la botella y nos la bebimos entre todos. Vaya cuadro. Laura intentando disimular sus tres copas de más. Mi madre intentando disimular el odio que siente hacia Laura desde los tiempos en que salíamos (hay personas que se hacen querer, Laura no es una de ellas). Mi padre empeñado en hablar de fútbol, otro que tal. Y Zoe aprovechando el caos para meterme el dedo en el ojo. Porque esa es otra. Viene de Pascuas a Ramos (no es frase hecha, es que por el patio sube un olor a torrijas) y se conoce a mis vecinos mejor que yo mismo. Y baja a comprar pan y se tira una hora charlando con la chica de la inmobiliaria (¿o era una asesoría?). Y me doy media vuelta y se mete en casa de mi vecina, quien tiene muchas cuentas pendientes conmigo, demasiado ruido, demasiadas molestias, cuentas que parece decidida a saldar proporcionandole a Zoe toneladas de munición, armas de destrucción masiva que ésta utiliza luego en los escenarios más desconcertantes, con ese gesto medio divertido y medio travieso que a veces juraría que...
Y bueno, que eso, que no preocuparse, que todo bien. Contento y tal.
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