Cuando Laura sale de casa los cielos se despejan y los transeúntes aúllan hipnotizados. Cuando Laura abandona su portal la esquina de Velázquez y Goya se colapsa, los comerciantes hacen la ola y los motoristas, deslumbrados, van a dar con sus huesos en las marquesinas de las paradas de autobús. Cualquiera podría pensar que para la gente como Laura la vida es más sencilla que para el resto. Pues sí, es cierto, lo es. Bien diferente para los que la rodean. Para esos la vida puede llegar a asemejarse a un infierno, un infierno, un infierno. Mientras camino me lo repito tres, seis, diez veces. Un infierno, un infierno. Lo repito una y otra vez como hago siempre al día siguiente de verla, cuando sólo soy capaz de sacarme el hechizo obligándome a recordar aquellos seis meses de pesadilla, aquellos ocios incompatibles, aquellas conversaciones desastradas, aquel sopor. Al día siguiente de verla necesito llegar a una serie de acuerdos conmigo mismo, consignas que me eviten el desastre, y hoy mientras caminaba casi puedo asegurar que he llegado a todas las que necesitaba, pero ahora mismo no recuerdo cuales eran exactamente porque en ese mismo momento he sentido un fuerte golpe en la cabeza y he perdido pie y me he quedado sentado en el suelo. Enseguida he pensado "me han dado con un palo en la cabeza, normal", pero luego he abierto los ojos y he visto a una madre chillándole a un crío, y un balón botando, y otro crío tieso como un espantapájaros, y otra madre con la mano en la boca. Y la madre número uno se ha acercado.
- ¿Estás bien? Ay, pobre. No sabes como lo siento.
- ¿Ha sido su hijo? Vaya disparo, está usted criando un figura.
- Ya, lo voy a matar, mira que le tengo dicho... ¿De verdad que estás bien?
- Sí, no se preocupe, no pasa nada.
La madre se ha girado y le ha gritado al niño "¡ven aquí ahora mismo a disculparte con este chico!", pues aunque transito ya la segunda mitad de mis treintas aún sigo siendo al parecer un chico, está visto que aquí no ayuda nadie, y el niño ha venido y se ha disculpado y le he dicho que no pasa nada y he echado a andar. Y mientras andaba he recordado aquel día en que siendo yo el niño que jugaba con un amigo le dí un balonazo a un señor muy alto, y éste recogió la pelota, se acercó hasta mí, me la ofreció, y cuando fui a cogerla la agarró con las dos manos y me la estampó en la cara, y cuando llegué a casa le dije a mi madre que me había caído, y ella no se lo creyó y pensó que me había pegado con algún otro crío. He recordado aquello, y antes de torcer la esquina me he girado y ahí estaban los niños jugando de nuevo, y las madres riendo, y aquí no ha pasado nada. Y he pensado que no es que estos tiempos sean peores que los anteriores, es sólo que éstos los habitamos gente mucho más de mentira.
viernes, septiembre 05, 2008
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