miércoles, abril 23, 2008

El bicho que te haya picado bien merece un documental

Hoy podría hablarles de esas mujeres que se pasan la vida rechazándote y luego se enfadan cuando te ven con otra. O de esas otras que lo llenan todo de condicionantes, de lo más decisivo a algo tan sencillo como pedir un puto café. Largo de café, en vaso de cristal, sin azúcar, la leche templada, desnatada. Pero paso, total, para qué. La verdad es que no me apetece hablar de nada. Estos días no me apetece hablar, ni caminar, ni pensar, ni comer, ni beber, ni ducharme, ni follar. Estos días soy una sombra de mí mismo. Me dejo ir, vivo de las rentas. Y todo lo que produzco es bazofía, material de derribo, escombro, en lo circunstancial, lo crematístico y lo emocional. Pero nadie se da cuenta. La gente suele quejarse de que se siente injustamente valorada, de que posée fabulosas virtudes que por alguna razón los demás no perciben. Bien, pues a mí me pasa todo lo contrario. Yo estoy sobrevalorado. Desde siempre. Desde que era un crío. Siempre se me han atribuído facultades que sólo existen en la mente de quien me las atribuye, y me han hecho el destinatario de expectativas que me son ajenas. Los que viven a mi alrededor participan de una suerte de embrujo que les hurta todo criterio, toda exigencia. Y quedan fascinados ante cada frase como si la hubiese dicho el mismísimo inventor de La Palabra, y se admiran de cada pequeña decisión como si la hubiese tomado el jodido Salomón, y celebran cada logro como si hubiese descubierto la cura del sida. Y ojo, que no, que esto no es humildad, qué coño va a ser humildad. Es tan sólo que no me apetece hacer nada, y no entrego más que basura, y los demás ni se enteran. Y me dan ganas de gritarles a todos: ¿pero es que no lo veis, cojones?, ¿ES QUE NO LO VEIS?
A veces pienso que soy el único ser cuerdo que queda sobre la faz de la tierra, así que muy bien tampoco debo de estar.
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