lunes, abril 14, 2008

Así es imposible

Me despierta un ruido. Alguien en el baño ha encendido un secador. No recuerdo haberme acostado ayer con nadie, pero tampoco es la primera vez que me sucede, por lo que me giro y trato de seguir durmiendo. Entonces proceso algo que he visto de pasada. Me doy la vuelta y, efectivamente, en el lugar en el que debiera haber un cuadro hay un espejo, y debajo no está el baúl sino un mueble con cajones. Y las sábanas no son negras sino de un azul pálido. Es incomprensible. La habitación es la mía, la puerta, la ventana, el inconfundible techo, ligeramente abuhardillado. No entiendo nada. Se abre la puerta del baño y el corazón me da un vuelco. Quien sale es ella, quince años mayor pero sin duda ella. Ella que me ve despierto y comienza a rememorar algo sucedido, al parecer, la noche anterior. Se mueve a toda prisa. Se sitúa frente al espejo y se coloca unos pendientes. Me dice que no olvide que hoy tengo que ir a eso. No sé a qué se refiere. De vez en cuando me mira pero no repara en mi sorpresa, se diría que presa de esa suerte de ceguera que trae consigo la costumbre. Por supuesto, a estas alturas ya sé que me encuentro inmerso en un sueño, un sueño ucronico, un sueño maravilloso.
Con prisa me da un beso protocolario, y con prisa sale de casa. Me levanto y me dirijo al salón. Todo es allí diferente. Me acerco a una estantería y veo libros que, no me cabe la menor duda, son suyos, y otros que no reconozco, por lo que supongo que serán míos, de ese yo que sería si aquello no hubiese sucedido. Vuelvo a la habitación y me asomo al espejo. Sí, soy yo, aunque diferente. No sabría decir en qué, el gesto quizás. Por un instante me echo de menos, la nostalgía de la antigua desdicha. Pero es sólo un instante. En realidad siento que no podría ser más dichoso. En realidad estoy eufórico. Bien, se acabó, pienso, ahora me despierto. Pero no. Así que me visto y salgo de casa. Me dirijo a una librería y allí compro tres libros que, no importa quién sea ahora ni durante cuánto tiempo, jamás deberían faltar en mi estantería. Luego entro en una cafetería, la cafetería habitual. Tomo una mesa y pido un café. Cuando lo acabo no sólo no he despertado, sino que estoy aún más confuso. De repente, ya recuerdo la anécdota que ella rememoraba antes, y recuerdo qué es eso a lo que tengo que ir hoy, y recuerdo también que trabajo en una oficina en la que se estarán preguntando por qué no he ido. Y lo que ya casi no recuerdo es todo lo relativo al otro yo. Se me ocurre que quizás no esté soñando sino que acabo de despertar de un sueño, un sueño ucrónico, un sueño cruel.
Poco a poco la euforia va siendo sustituída por los avatares del día a día, y al cabo de un rato ya apenas recuerdo nada. Pienso que debería llamar a la oficina e inventarme algo, y enseguida pienso que, total, para qué, si en un par de horas tengo que ir a eso. No hay prisa. Así que decido pedir otro café. Y abro uno de los libros que he comprado. Entonces cae una gota de agua sobre su primera página. Está lloviendo, pienso. Pero enseguida caigo en que estoy en una cafetería. Dentro de una cafetería. No cuadra. Me fijo en la gota que cayó sobre el libro y veo que todo lo escrito se desparrama como una acuarela. Luego cae otra gota sobre la mesa, y la mesa comienza a difuminarse. Después cae otra gota sobre mi brazo, y mi brazo... El cuadro. El baúl. Las sábanas negras. Mierda.
Mierda.
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