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Cosas de la naturaleza, esta escasez de olfato tiene su reverso en un muy desarrollado sentido del gusto, de tal manera que soy capaz de distinguir sabores que al resto se le escapan, al punto que llego incluso a distingirlos en cosas que en principio cabría pensar que no lo tienen. Así, soy capaz de afirmar que el deseo sabe a fruto seco y marisco, y la infidelidad, ambas infidelidades, a la última copa de la noche. Y la ausencia sabe a sangre, a sangre propia, un chuparse un rasguño, y la pérdida a plomo, a bala mordida. Y el desengaño a muela picada, y la decepción a agua sucia, y la mujer a siempres.
Ayer me ofrecieron un trabajo, uno de alta consideración social, muy pintón, envidiable, apropiado y de mareante remuneración, una oferta que sólo un loco rechazaría. Naturalmente, lo rechacé. Pero cada vez me cuesta más hacerlo, cada vez me cuesta más saber por qué hago lo que hago, saber qué toca a continuación. Y sospecho que se debe a que, a diferencia del desengaño o el deseo, de la ausencia o la pérdida, la duda, y por tanto la certeza, son sustancias insípidas pero muy olorosas. Y por eso los que me rodean me preguntan "¿pero acaso no lo notas?", y yo lo intuyo, me huelo que a mi alrededor existe un olor evidente, que a mi alrededor huele a certeza que apesta. Pero yo no percibo nada. Porque a mí, ya digo, me sobra gusto pero me falta olfato.