En contra de lo que cabría pensar, mi principal defecto no tiene que ver con lo intelectual, sino con una casi absoluta carencia de olfato. No metaforizo, es así como suena, que apenas tengo olfato. No es una carencia absoluta, pero sí que necesito que el olor sea extremadamente intenso para llegar a percibir algo. Una flor junto a la nariz, una pastelería al otro extremo de la calle, un vecino que cocina un potaje, y nada, ni me entero. Para mí las rosas huelen como ella me explicó aquella vez que olían. Es un defecto que arrastro desde joven, cuando incluso llegué a pensar que podría acabar dedicando mi vida a algo relacionado con tal insuficiencia, empantanado en alcantarillas, retretes o similares, aunque al final he acabado dedicándome a tareas que tienen más que ver con mis virtudes que con mis defectos, lo que en el fondo viene a ser lo mismo, pues qué es todo defecto sino una virtud para según qué, y qué es toda virtud sino un defecto por exceso.
Cosas de la naturaleza, esta escasez de olfato tiene su reverso en un muy desarrollado sentido del gusto, de tal manera que soy capaz de distinguir sabores que al resto se le escapan, al punto que llego incluso a distingirlos en cosas que en principio cabría pensar que no lo tienen. Así, soy capaz de afirmar que el deseo sabe a fruto seco y marisco, y la infidelidad, ambas infidelidades, a la última copa de la noche. Y la ausencia sabe a sangre, a sangre propia, un chuparse un rasguño, y la pérdida a plomo, a bala mordida. Y el desengaño a muela picada, y la decepción a agua sucia, y la mujer a siempres.
Ayer me ofrecieron un trabajo, uno de alta consideración social, muy pintón, envidiable, apropiado y de mareante remuneración, una oferta que sólo un loco rechazaría. Naturalmente, lo rechacé. Pero cada vez me cuesta más hacerlo, cada vez me cuesta más saber por qué hago lo que hago, saber qué toca a continuación. Y sospecho que se debe a que, a diferencia del desengaño o el deseo, de la ausencia o la pérdida, la duda, y por tanto la certeza, son sustancias insípidas pero muy olorosas. Y por eso los que me rodean me preguntan "¿pero acaso no lo notas?", y yo lo intuyo, me huelo que a mi alrededor existe un olor evidente, que a mi alrededor huele a certeza que apesta. Pero yo no percibo nada. Porque a mí, ya digo, me sobra gusto pero me falta olfato.
martes, marzo 04, 2008
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