viernes, julio 20, 2007

La sábana

Me puso una mano sobre el hombro y me despertó. Abrí los ojos. Estaba vestida, sentada al borde de la cama. Me dijo que se iba. Hasta luego, respondí, pero me dijo que no, que se iba. Que se iba. Me incorporé. Alargué un brazo y acaricié su mejilla con el dorso de la mano. Ella cerró los ojos y besó mis dedos. Luego se apartó, negó con la cabeza y dijo que estaba cansada, que estaba muy cansada, que necesitaba aire, que necesitaba distancia. Su voz comenzó a quebrarse y se detuvo. Luego se acercó, besó mi frente, se levantó y se fue. El sonido de la puerta me trajo la certeza de que ya tan sólo me quedaban balas para una guerra más. Sólo una más. Los muslos me escocían. Olía a desinfectante. Las sábanas estaban manchadas de sangre.
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