jueves, abril 26, 2007
Miércoles de Bruselas
Ayer pasé el día llevando a cabo una serie de gestiones burocráticas, lidiando con discapacitados intelectuales, trileros y aspirantes a concejal, por lo que al caer la tarde se me ocurrió que ponerse un cinturón de explosivos y dejarse estallar en el interior de una delegación de hacienda o de una sucursal bancaria no es una idea tan descabellada como parece. Después la cosa mejoró, pues acabe tomándome unas copas con una belga muy agradable que me habló de llenar la vivienda de plantas de interior y de acometer trayectos nocturnos en bicicleta. Nada sexual, que aquello era territorio vedado, pero igualmente estimulante. Y hoy he despertado y me he descubierto mentalmente inservible. Hoy se me ocurre que ahora las distancias ya no se miden en metros sino de acuerdo al número de Starbucks existente entre los puntos de partida y destino, y que existen hombres que cuando se descubren un roto en los calcetines echan de menos a la suegra, y que las madres ya no aspiran a ver a sus hijos rehuyendo las malas compañías pues se conforman con verles escapar al fantasma de la obesidad. Tiempos de niños obesos, suegras ausentes y Starbucks. Todo estupideces. Así que me acerco a la ventana y mientras veo caer la lluvia me adivino la melancolía y entonces ya me parto de risa. Y también se me ocurre que a veces soy un poco como un trapecista manco que ante un barman hastiado y entre construcciones de sintaxis alcoholizada desgrana historias que ya no recuerda si son suyas. Y ahí ya sí, ahí ya me hago daño. Y todo vuelve a la normalidad.
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