viernes, enero 26, 2007

Idioterne


Me gusta el techno.
Adoro las discotecas.
Mientras camino voy fijándome en las matriculas de los coches con los que me cruzo. Sumo las cifras pares y las impares, extraigo los números primos, multiplico los extremos y me peleo con cada cero. Y cuando llego a mi destino siempre llevo en la mente miles de números.
Ya, ya sé que no parece muy sano, pero peor sería ponerse una gabardina e irse a la puerta de un colegio.
Cuando estoy sentado en un bar con un grupo de amigos ordeno los objetos que aparecen sobre la mesa hasta crear la forma geométrica más cercana. El cenicero, los botellines, los platos vacíos, los vasos, los mecheros. Lo hago sin que nadie se dé cuenta, con movimientos casi inconscientes y sin perder nunca el hilo de la conversación. Y cuando alguien descoloca uno de los elementos o incorpora otro nuevo provoca en mi interior una tragedia de dimensiones cósmicas que me veo obligado a resolver de inmediato.
Ya, ya sé que no parece muy sano, pero peor sería subirse a un campanario con un rifle de mira telescópica.
Adoro las discotecas. Cuando me sitúo en la pista trato de agrupar a los allí presentes. Cincuenta y dos chicas morenas, doce tipos rubios, cuarenta chavalas con minifalda, setenta chicos con pantalones de color negro. Después todos se mueven. Levantan los brazos, y los focos me deslumbran, y cuando vuelvo a fijar la vista todo se ha convertido en un nuevo caos. Y sudo y me mareo y mi garganta se cierra y las piernas me tiemblan. Entonces comienzo al fin a oir la música. Comprendo que jamás aliviaré el desorden, me calmo y me entrego al ritmo. Cierro los ojos y comienzo a bailar. Y sonrío. Disfruto. Al fin encuentro descanso.
Me gusta el techno.
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