lunes, diciembre 18, 2006

¿Un regalo? ¿Para mí? ¡Qué ilusión!

Ayer por la tarde andaba a la búsqueda de estímulos efímeros con los que atizarme el cerebelo y decidí dirigir mi yo virtual a Movie Mart, que nunca falla. Una vez allí, y dado que no había merendado, opté por un archivito protagonizado por Gianna, con esa anatomía tan alimenticia a la retina y su siempre alegre disposición al tajo. Una cosa incorrecta, por supuesto, pero sin pasarse. Y ahí andaba yo, navegando al pairo, aquí y allá, en espera de que el archivo completase su descarga, cuando sonó el timbre de mi puerta. Me puse de mala leche, claro, como me pasa siempre que suena un timbre, de puerta, interfono o teléfono, a pesar de que la estadística demuestre de forma abrumadora que esas llamadas tienden a ser de índole lúdica. En fin, que no sé, y que además da igual, que yo de lo que quiero hablar es de que alguien llamó a mi puerta.

Cuando la abrí me encontré con una desconocida vestida todita de un azul muy luminoso, no sé si por alguna suerte de pret-a-porter obligado, supongo que sí, aunque, quién sabe, quizás fuese por gusto, del malo. Llevaba un gran paquete entre las manos. Sí, supongo que era un uniforme. Dijo mi nombre, respondí "sí, soy yo", y me lo entregó. Le pregunté si le tenía que dar algo, y ella me respondió "no sé, ¿qué tienes?". No estaba yo para juegos, que está muy feo eso de hacer esperar a Gianna, así que me limité a dedicarle una sonrisa protocolaria y cerrar la puerta. Una vez dentro de casa abrí el paquete en cuestión y comprobé que dentro había otro más pequeño, envuelto en papel de regalo, en verde macarena y oro, rematado por una tarjeta sin firmar en la que tan sólo se podía leer "como ves, ¡esta vez no me he olvidado!". Abrí el paquete y dentro había un VHS de La Decima Vittima, una muy bonita edición en inglés de una antología de Flannery O'Connor y un paquete de quince cuchillas de marca "Sevillana". Las dos primeras cosas, me congratulé, me hacían juego con el paladar. Un acierto. Y la tercera, supongo, sería algún chiste privado. Volví a leer la tarjeta. "Como ves, ¡esta vez no me he olvidado!". Pues yo sí. No tenía ni idea de quien podía ser el (o la) remitente. Le dí vueltas al asunto, tratando de hacer memoria de las personas que en un pasado se hubiesen podido cruzar entre aquellos elementos y yo. Y entonces caí en quién había sido. Sin duda alguna. Por lo de las cuchillas, sobre todo. Qué gesto más inesperado, y qué sorpresa más oportuna, me dije. Pasé una media hora embobado de purita emoción, cosquilleado por las mil alternativas que se me ocurrían para devolver la pelota. El regalo que enviaría yo a modo de contestación sería antológico. El suyo lo era.

Ya digo, una media hora, no pasó mucho más hasta que sonó de nuevo el timbre de mi puerta. Abrí y allí estaba la chavala de azul. Ni rastro esta vez del gesto risueño. Llevaba un sobre grande en las manos. "Lo siento, de verdad que lo siento..." comenzó a decir, y sin dejarle acabar entré en casa, metí el libro, el video y las cuchillas en la caja, y se la devolví. "De verdad que lo siento... en la central... las navidades...", continuó, mientras me entregaba el sobre. Los papeles de mi abogado, claro. Los estaba esperando, lo había olvidado por completo, qué idiota.

Me senté y pensé en para quién sería el paquete, quién el remitente, qué historia escondería aquella escueta nota. Mierda, se me habían quitado las ganas de pasar un rato con Gianna.
blog comments powered by Disqus