viernes, agosto 18, 2006
Quiero que me saques de quicio
En ocasiones me traiciona el subconsciente. Otras, en cambio, soy yo el que le traiciona a él. Así, no pocas veces se ha dado la circunstancia de que me hayo cenando en agradable compañía, y de repente de mi boca surge el nombre no de aquella con la que estoy, sino de aquella con la que estuve. Por contra, también hay ocasiones en las que teniendo a la mañana siguiente una reunión importantísima me voy de copas, y me acerco a un grupo de chavalas y les hablo dejando caer los párpados y arrastrando ebrio las palabras, y grito "camerero, ponga otra!", y me bebo las copas de un trago, y parece que todo se va a echar a perder, y entonces, mi subconsciente ya absolutamente aterrorizado, detengo la fiesta y me voy a dormir. Y así estamos siempre, naufragando en un océano de engaños y simulaciones, sin permitirnos bajar la guardia, siempre alerta, nunca seguros de si la realidad es en verdad realidad, dudando si los anhelos serán o no fingidos.
Esta mañana ha resultado ser una mierda de dimensiones cósmicas, como lo son todas aquellas que comienzan con una llamada recibida a horas intempestivas, esas llamadas para las que no existe la posibilidad de la intrascendencia. Luego he dedicado el resto del día a fingir que mi estado de ánimo no era en absoluto el que en verdad era, y esa acción, como siempre, la he llevado a cabo con exquisita precisión, sin que nadie se percatase del ardid. Soy bueno en eso. Muy bueno. A veces, qué tontería, pienso que si un accidente me seccionase un brazo a la altura del codo sería capaz de, echando mano de un par de sonrisas y algún que otro juego de palabras, plantarme ante mis conocidos y convencerles de que mi brazo no se ha malogrado sino que se haya en revisión, un sistema revolucionario, oiga, y que me lo devolverán al día siguiente con un grado de funcionalidad inaudito. Llevad vuestros brazos al mismo sitio que yo, lo agradecereis, diría, y alguien acabaría preguntando "pero, tío, ¿hablas en serio?". Porque soy bueno fingiendo que nada pasa, que todo va bien. Soy buenísimo. Pero cansa. Mucho.
Fotografía de Aino Kannisto.
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