domingo, julio 23, 2006

Monologue


Disculpen ustedes que este lienzo se muestre últimamente tan carente de brochazos, y sepan que no es por el calor, o no sólo por el calor, sino también porque Diana ha vuelto de Málaga y me tiene aturdido. Primero porque di por hecho que no lo haría, y segundo porque es increíble lo de esta muchacha: tiene bonito hasta el moreno. Y es que se ha traído un tono de piel canela, brillante, de una uniformidad magnífica, que me tiene mártir. Que por qué les cuento esto, se preguntarán. Bien, pues en primer lugar para que rabien de envidia, por supuesto. Y, en segundo lugar, por decirlo aquí para no tener que decírselo a ella, ya que es tan presumida que los piropos hay que lanzárselos con cuentagotas, a través de indirectas, utilizando subterfugios, y hoy como que no me apetece.

Sirva esta impecable demostración de vanidad - al fin y al cabo esto es un blog, y aquel que les diga que entre los motivos para abrirse uno no se encuentra eso, la vanidad, sepan ustedes que les miente - como introducción a la anécdota del día, una pequeña gran historia que me ha relatado hoy Diana mientras tumbado al sol en la terraza me aplicaba crema en el torso (rabien de nuevo). La historia comienza con un muchacho barcelonés que sube al autobús en Málaga y se sienta detrás de Diana. Unos kilómetros más allá el autobús se detiene a recoger una nueva tanda de viajantes, y quien ocupa el asiento vacio junto al chaval barcelonés es una muchacha malagueña. Durante los primeros kilómeros hay un silencio interrumpido tan sólo por el pasar de las hojas de sus revistas, pero alrededor de media hora después ese silencio ha tornado en risas derramadas al unísono mientras ven la película que se proyecta en el bus. Las risas dan paso a una conversación casual ("no, no la había visto antes", "pues verás el final qué risa"), y poco después a un relatarse los motivos del viaje ("yo estaba en Málaga por trabajo", "yo voy a Madrid a visitar a unos amigos"), lo que de forma natural deviene en la narración alternativa de presentes y algún que otro apunte de un pasado. Al cabo de una media hora Diana se ve sorprendida por un repentino silencio, y al girarse les distingue enfrascados en un rotundísimo beso. Estos no pierden el tiempo, piensa. A partir de ahí se suceden otras dos horas en las que la narradora se abstrae en la lectura de un libro y en la música que sale de sus cascos, por lo que tan sólo podemos tratar de adivinar lo que ha sucedido durante ese periodo de tiempo. El caso es que, ya entrando en Madrid, Diana se sobresalta al oír más allá de la música proveniente de su iPod unas voces más altas de lo normal. Baja el sonido de la música y se gira discretamente, para ver a los recién conocidos manteniendo una discusión acalorada. Le oye a él decir "pero, ¿tú de qué manicomio te has escapado?" y a ella responder "ojalá no te hubiese conocido nunca". Después, un tenso silencio hasta que el autobús llega a su estación, y al detenerse éste la malagueña agarra rápidamente su bolsa de viaje y sale disparada del autobús, acción que el barcelonés imita, pero tomando la dirección opuesta. Toda una vida en tan sólo un viaje. Con su nacer, su disfrutar, su sufrir y su morir.

Diana me cuenta que después volvió a subir el volumen de su reproductor mientras esperaba a que el conductor abriese el compartimento de las maletas, y que entonces un músico le cantó al oído: "Este es ese momento en la noche en el que la luz de la luna se apaga y podemos revelar en verdad quién somos, en la más oscura y depravada de las diversiones". Y es en ese punto cuando ha detenido la narración y me ha dicho: "la próxima vez grábame música más alegre". Y habrá sido el escuchar esa frase antigua unido al hecho de que al tener el sol detrás a duras penas era capaz de distinguir la silueta de su cabeza lo que por un momento casi me ha hecho sentir que quien me hablaba era alguien diferente. Un chispazo de electricidad me ha recorrido en ese instante la columna vertebral, de abajo arriba, hasta deflagrar justo detrás de mis ojos, entre las sienes, ahí dentro.

Fotografía de Pierre-Thomas Karkau.
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