jueves, junio 01, 2006

Mi sueño vive debajo de tus párpados

Ayer por la tarde, en el parque que hay a la vuelta, sentada en un banco de piedra había una muchacha llorando.

Tendría unos quince años y se encontraba junto a dos amigas que, situadas de pie y haciendo gestos a menudo excesivos, trataban de consolarle. Entre sollozos dirigía insultos repletos de rabia hacia el causante de su mal, insultos que de inmediato sus amigas jaleaban y apostillaban. Y entonces me vino a la mente una historia cuyo final aún me abate.

Hace tiempo estuve saliendo con una persona maravillosa, poseedora de una simpatía y bondad ilimitadas, durante unos cuantos meses, quizás incluso un año. Al cabo de ese tiempo, nuestra relación ya no iba a ninguna parte, y ambos lo sabíamos aunque ella parecía no querer aún darse cuenta. Así que un buen día me armé de valor y le dije que aquello no podía seguir, que era tan sólo tiempo perdido. Ella, tras soltar un par de reproches de los que hacen daño y un par de aprecios de los que hacen más daño aún, se vio tan derrumbada, tan sóla, que me abrazó y desconsolada lloró en mi pecho mientras balbuceaba recriminaciones para consigo misma. Soy idiota, siempre me pasa igual. Y es que se sintió tan abandonada, tan llena de pesar, que lo único que necesitaba era un pecho sobre el que llorar, aunque ese pecho fuese el del mismo demonio, el de la persona que causaba aquel dolor.

Mientras, en el banco del parque, una de las amigas decía "venga, tía, arriba, él se lo pierde", y ella respondía "ya, pero es que me duele aquí", y al decir aquí no se señalaba el corazón, como fingen algunos mentecatos, sino la boca del estómago, y recordé entonces que el momento más dificil en los primeros días de alguien que está aprendiendo a vivir no es aquel en el que descubre el desamor, sino aquel en el que comprende la finitud esencial del mismo hecho amoroso. No es el día en el que descubre que fulanito ya no le quiere, sino el día en el que comprende que no importa lo descomunal y maravilloso que sea su amor, que al final llegará otro día en el que el desequilibrio, la nube, la alegría desbordada, la pasión, pasen para siempre y en su lugar apenas quede un soberano vacio, una enorme nada.

Fotografía de Nick Knight.
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