Aquella mañana de Domingo, tras desayunar, había salido de casa con su padre y habían hecho lo habitual: ir al parque. Alli, mientras su padre leía el periódico sentado en un banco, él daba unas vueltas con su bici. Después se habían acercado al bar de siempre y allí su padre se había sentado en la mesa de siempre con su amigo de siempre, y tras pedirle a él una coca-cola habían comenzado a jugar al dominó, como hacían siempre. Y pronto sus sospechas de que aquel no iba a ser un día cualquiera se confirmaron al escuchar a su padre y al amigo de su padre conversar tranquilamente sobre la primera vez que habían matado a alguien. Aquello le preocupó mucho, ya que algo no encajaba. Era como en sus series favoritas de la televisión, cuando te dan el capítulo navideño estando en pleno mes de Marzo, y los regalos y la nieve y los villancicos te resultan tan ajenos. Esto era igual, porque normalmente su padre y el amigo de su padre no hablaban nunca del primer hombre al que habían matado. Normalmente hablaban del último.
Ilustración de Jinyoung Shin.domingo, marzo 12, 2006
Tu madre baja con el cesto y saluda
Desde el mismo momento en que se había levantado aquella mañana había tenido una sensación extraña. No sabría decir por qué, pero todo le había resultado diferente, la luz, el olor, todo. Era como en una de esas películas en las que salía una pareja riéndose con alguna tontería y entonces ya sabías que algo grave les iba a suceder. O esas otras en las que un niño le dice a su madre un te quiero, lo que viene a significar que le van a secuestrar. Por eso él nunca le decía a su madre que la quería, y cuando se reía mucho con alguna tontería siempre sentía un escalofrío.
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