miércoles, marzo 08, 2006

Los gemelos Ibáñez

No sé si habreis leído la noticia de las dos gemelas colombianas que según la prensa local han fallecido el mismo día, a la misma hora, del mismo mal, en lugares diferentes. Yo la leí ayer e inmediatamente vino a mi memoria la historia de los gemelos Ibáñez. Bueno, les llamábamos gemelos pero eran mellizos, iguales como dos gotas de agua. Los gemelos Ibáñez vivían en mi barrio, y eran bien conocidos no sólo por que los gemelos no abundan sino también porque eran hijos de la peluquera, y bastaba con llegar al vecindario para verles siempre en la calle. Hay que decir que para los gemelos Ibáñez su condición de gemelos era una anécdota más, ya que en su familia era algo habitual: su madre y su tía eran gemelas, como también la madre de su madre y su hermana. Lo que ya no era una anécdota era el cómo éstos se odiaban, cómo parecían vivir tan sólo para causarle el mal a su hermano. Así, se gastaban bromas pesadísimas, se agredían con saña, se robaban los bienes personales, incluídas las novias, y no paraban de lanzar falsos rumores sobre el otro. Yo durante un tiempo frecuenté a uno de ellos, pero en general traté de mantener una distancia prudencial ya que me resultaba un tipo escalofriante, con quien bastaba pasar unos minutos para que te comentase lo muchísimo que deseaba que su hermano sufriese, para que te mostrase cómo respiraba a través del odio a su gemelo. Aquello, como comprendereis, resultaba aterrador, ya que si una disputa con un hermano ya tiene un algo de masoquismo, de infligirse daño a uno mismo, esto llegaba a ser más bien como contemplar a alguien lanzando piedras hacia su propia imagen reflejada en un espejo.

Hace un tiempo me encontré a un viejo amigo del barrio y estuvimos hablando del pasado y, claro, surgió el tema de los gemelos Ibáñez. Me contó que había oído que uno de ellos sufrió años después una grave enfermedad renal, por la que se hacía necesario realizarle un trasplante. El médico al enterarse de que tenía un gemelo le dijo a su mujer, que por otra parte había sido antes prometida del otro, que aquello podía ser su salvación ya que si recibía un riñón de su hermano evitarían todo riesgo de rechazo. Ella a pesar del miedo que le tenía a su cuñado reunió fuerzas y de la mano de la madre de los gemelos fue a verle, ya que aunque no tenía la menor duda sobre lo que el otro respondería ni sobre lo mucho que les odiaba, pensó que al menos merecía la pena intentarlo. Cuando le contaron toda la historia, y para sorpresa incluso de su madre, él les dijo que por supuesto que lo haría, que le debían haber avisado antes, y que, es más, iría al hospital en ese mismo momento. Sin embargo, al hacerle las numerosas y exhaustivas pruebas previas a la delicada intervención los médicos descubrieron que padecía la misma enfermedad que su hermano, y que esta, aún en estado embrionario, era ya irreversible. Y también me contó este viejo amigo que quien les ha ido a visitar les ha visto en la misma habitación, conectados a una máquina para sobrevivir, peleando por el mando de la televisión, lanzándose la comida a la cara, y hablando cada uno de ellos sin el menor reparo de lo encantados que están de poder ver al otro en tan lamentable estado.
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