Se acercó con decisión hasta mi mesa y sin dedicarme una sóla mirada introdujo un papel doblado en el bolsillo de mi camisa. He visto como me miras, tú también me gustas, quiero que me tires del pelo, te espero en los servicios. Eso ponía, así que me acerqué y allí estaba, aguardando sentada sobre la taza, mascando chicle, con su pelo tan liso, tan largo, tan negro, tan brillante, cayéndole sobre los hombros. Sin decir ni una palabra me bajó los pantalones, y agarrando mis caderas comenzó a sincronizar sus latidos a los míos. Yo recogí con la mano derecha el pelo que caía sobre su hombro izquierdo, y con mi izquierda el de su derecha, y sujetando aquellas improvisadas coletas comencé a balancear su cabeza en un movimiento pendular de deliciosa regularidad. Sí, era cierto que me gustaba, desde aquel día en que encaramados a la barra de ese mismo bar perpetrando una conversación de inenarrable estupidez ella me dijo: por quién me tomas, no soy ninguna cría, tengo 23 años. Distraído en el recuerdo de su voz solté su pelo, y ella se levantó y dándome la espalda puso las manos sobre el lavabo. Así que esta vez recogí su cabello desde la nuca y tiré de él, por lo que su cara quedó enfrentada al espejo. Me miró a través de él, sin apenas parpadear, y supongo que sería mi contaminado torrente sanguineo unido al rítmico ir y venir de sus ojos lo que hizo que comenzase a descubrir en su cara rasgos de otras, otras a las que hacia tiempo que no veía. Al denotar la confusión en mis ojos se incorporó y con un ademán delicioso pegó el chicle en el cristal, en el mismo sitio que hace unos instantes reflejaba su mirada negra, para después, tras un salto perfecto, obligarme a llevar en volandas aquella complexión tan liviana, tan perfecta, sus brazos en mi cuello, mis manos en sus nalgas. Comenzó entonces a debatirse en una lucha interior en la que una parte de ella parecía querer decirme algo y la otra se lo impedía, y se acercaba temerosa para después alejarse entre gestos de negación, y así continuó hasta que con un gesto de abandono y rendición puso sus labios en mi oreja y recogiendo todas las fuerzas que le quedaban me dijo: "Sí".
Ilustración de Yock (ojo, que duele), vía El Blog Rarito.
jueves, marzo 02, 2006
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