La reunión de trabajo había finalizado con un importante retraso y tenía prisa por volver a casa. Subí al coche y me llamó la atención que, debido al frío, el viento, y la lluvia que acababa de cesar, la visibilidad era, a pesar de la oscuridad de la noche, inusualmente grande. Llegué a un semáforo cuando el disco estaba en ámbar y pensé en acelerar para pasarlo y ganarle unos segundos al reloj, pero en el último momento decidí frenar para así poder subir la calefacción y paliar en lo posible el frío que hacía en el interior del vehículo, tan intenso que ya apenas sentía las yemas de los dedos. Puse las manos frente al salpicadero para calentarlas ante la corriente de aire caliente recién provocada y, mientras el semáforo aún andaba clavado en rojo, contemplé en un expositor un anuncio de Chanel en el que una Nicole Kidman perfecta lucía un perfil impecable. En ese momento oí un ruido a mi espalda y en el retrovisor divisé una moto de escasa cilindrada avanzando hacia mí a gran velocidad. Una vez que ésta pasó junto al cristal de mi coche reparé en la presencia de una figura femenina, el pelo rubio largo alborotado bajo el casco y los brazos fuertemente amarrados a la cintura del conductor. Un motorista intrépido y una copiloto entregada. En aquel preciso instante apareció a mi derecha, surgiendo de aquella calle perpendicular que motivaba mi semáforo en rojo, un vehículo con cuatro ocupantes. El conductor mostraba un gesto aterrado ante lo irremediable. El copiloto, con el rostro invisible a mis ojos, adelantaba los brazos en un gesto tan instintivo como inútil. Y los habitantes de los asientos traseros reían ajenos a la escena mientras el que se hallaba más cerca del cristal me dedicaba una mueca tan irreverente como inoportuna.
El choque fue brutal. Parte del carenado de la moto cayó a escasos metros a mi derecha y una bufanda rayada se depositó suave sobre el cristal de mi coche. Pensé en el frío y la lluvia y el viento. Pensé en el ámbar de los semáforos. Pensé en Nicole Kidman y en la colonia que perfumaría aquella bufanda rayada. Dudé. Recordé aquel sueño. En la radio una cantante clamaba "sólo truena cuando llueve".
martes, enero 17, 2006
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