
Había pasado mucho, muchísimo tiempo sin pensar en ella hasta que no hace mucho gasté unos días en casa de mis padres, y revisando las pocas cosas mías que aún quedan en esa casa descubrí escondido un diario que estuve escribiendo durante un tiempo, aproximadamente de los quince a los veinte años. Pasé unas horas releyendo algunas de las cosas que había escritas (por cierto, es sorprendente lo mucho que a uno le cambia la letra con el tiempo, está claro que las frases también envejecen, aún más rápido que la tinta), y entre temores adolescentes, relatos de fiestas iniciáticas, proyectos imposibles y amores no siempre correspondidos reparé en que una enorme proporción de lo escrito hablaba de ella. De alguna mirada furtiva que hubiésemos cruzado. De aquel novio suyo al que besó en el portal. De cómo respondió a un gesto de chulito que un día me atreví a hacerle. O de aquel día en el que murió su padre y me sostuvo la mirada por mucho más tiempo del habitual, transmitiéndome algo que aún hoy no he conseguido descifrar.
Ese día, el día que estuve repasando mi viejo diario, alguien me contó que ella vive ahora en Portugal, y que ha acabado sus estudios de ingeniería, y que se va a casar. Y ese mismo día al salir del portal de aquella casa miré hacia su terraza, y entonces caí en la cuenta de que eso es algo que hago de forma instintiva todas y cada una de las veces que he estado allí. En eso pensaba, en todas esas cosas que hacemos sin darnos cuenta y que al final lo significan todo, cuando bajé la mirada y reparé en que delante de aquel portal estaba ella, tan guapa como siempre y con el pelo de un color inédito, mirando a su vez hacia mi terraza, repitiendo el ritual que yo acababa de hacer. Cuando bajó la vista nuestras miradas se cruzaron, y ambos sonreímos como dos adolescentes sorprendidos, y luego bajamos la cabeza y ruborizados nos mordimos el labio inferior. Entonces emprendimos la marcha dando el primer paso casi al mismo tiempo, ella hacia un lado de la calle y yo hacia el otro, y aunque en ningún momento giré la cabeza para echarle un último vistazo a aquel juguete mío de juventud, sé perfectamente que ella tampoco lo hizo.