viernes, enero 13, 2006

Nada. No he dicho nada.

Tom Marshall apagó la luz del diminuto cuarto de baño, se le acercó y se quedó justo detrás de ella; llevaba un pijama azul abotonado. Le tocó los hombros desnudos y se le acercó más, hasta que Nancy notó su erección.

- Entiendo por qué están abiertas las tiendas a la una de la mañana -dijo Nancy-, pero no por qué viene la gente.

Algo en la conspicua y cálida presencia de Tom le provocó un escalofrío. Se cubrió los pechos, que estaban cerca del cristal de la ventana. Se imaginó que su marido sonreía.

- Supongo que les encanta -dijo Tom. Ahora Nancy lo notó con toda claridad: estaba tremendamente empalmado-. Eso es lo que significa Maine. Una visita a Bean's después de medianoche. Es la cultura global. Casi seguro que se dirigen a Atlantic City.

- De acuerdo -dijo Nancy. Porque tenía frío, dejó que él la atrajera hacia sí. No estaba mal. Se sentía agotada. La polla de Tom encajaba entre sus piernas: en el lugar preciso. Le gustaba. Era una sensación familiar-. Te he hecho la pregunta equivocada.

Ninguno de los dos se reflejaba en el cristal mientras se la introducía lentamente. Nancy estaba completamente inmóvil.

-¿Cuál sería la pregunta adecuada?

Tom empujó contra ella y dobló una pizca las rodillas para podérsela meter. que sonreía.

- No sé -dijo ella-. A lo mejor la pregunta es: ¿qué saben ellos que nosotros no sepamos? ¿Qué estamos haciendo a este lado de la calle? Está claro que es allí donde hay movimiento.

Oyó que Tom suspiraba, y acto seguido se apartó de ella. Nancy estaba a punto de abrir las piernas, de inclinarse un poco hacia delante.

- No era eso. -Miró a su alrededor, buscándole-. No quería decir eso. -Nancy se puso la mano entre las piernas, sólo para tocarse un poco, y sus dedos le taparon por completo la entrepierna. Volvió a mirar hacia la calle. Los dos conductores de autocar, que ella había creído que no podían ver a través de los árboles en sombras, la miraban fíjamente. No se movió-. No quería decir eso -le dijo a Tom en voz muy baja.

- Mañana veremos algunas cosa que nos gustarán -dijo él alegremente. Ya estaba en la cama. Así de rápido era a veces.

- Bien. -Tanto le daba que dos cascaciruelas la vieran desnuda; era exactamente igual que si ella les viera vestidos. Tenía cuarenta y cinco años. No estaba muy delgada, pero era alta, esbelta. Que miraran-. Eso está bien -dijo otra vez-. Me alegro de que hayas disfrutado.

- ¿Perdona? -dijo Tom soñoliento. Ya estaba casi roque; tenía una especie de don, esa bendición de los policías que les permite dormirse en cuanto su cabeza toca la almohada.

- Nada -dijo ella en la ventana, aún observada por los dos hombres-. No he dicho nada.

Tom permaneció en silencio. Respiraba profundamente. Los dos conductores menearon la cabeza y bajaron la vista. Uno lanzó un cigarrillo a la calle. Los dos volvieron a alzar los ojos y a continuación desaparecieron de su vista detrás de los autobuses con el motor en marcha.


Texto extraído de "Charity", relato de Richard Ford incluído en "A Multitude Of Sins" (en España traducido como "Pecados Sin Cuento", no me pregunteis por qué). Ilustración de Saturno Butto.
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