Llevaba una pulsera en el tobillo, el pelo rubio suelto y una camiseta naranja como un bote de delial. Sujetaba su copa sin usar los pulgares y el pelo le olía a insomnio y tostadas. Me acerqué e insulté: "es tan impostada tu sonrisa como diagonal tu mirada". Ella me respondió: "me gustas".
A partir de ese día caminamos cogidos de la mano por los bulevares, transformamos en sabores las recetas de un libro de cocina japonesa y nos susurramos al oído versos de Paul Claudel. Y la follé como si la amase. Luego vendría aquel viaje, y aquel tedio, y aquel odio. Pero esa es otra historia, ahora sólo quería recordarte que hubo unos días en los que fuiste feliz, y que si hacemos ruido quizás el tiempo vuelva a empezar.
Fotografía de Fredrik Ödman, vía derLangwailer.
sábado, noviembre 26, 2005
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