jueves, abril 15, 2010

La farmacia de Ursula Bogner

Yo no estoy acostumbrado a que las cosas vayan a esta velocidad. Yo así me aburro. Y no hablo de un aburrimiento de los de empezar a buscar a tu padre biológico, hablo de un aburrimiento de los de meterte veinte kilos de explosivo debajo de la camisa. No es por dármelas de nada, pero a mí siempre me han pasado cosas. Muchas, y no todas me las he buscado ni las merecía. Desde que tengo uso de razón, si es que alguna vez lo he tenido, me he visto lidiando sin descanso con la exigencia, la expectativa, el éxito y el drama. Pero ahora va todo demasiado despacio. Hace unos días, al caer la tarde, bajé al supermercado, compré una pizza, subí a casa, cené, vi una película y me acosté. Al día siguiente, al caer la tarde, baje al supermercado, compré pan y embutido, subí a casa, cené, vi una película y me acosté. Y a las cuatro de la mañana desperté, los ojos como platos, y exclamé: oh, Dios mío. No es fácil hacerse pasar por zapato cuando siempre fuiste rueda.
Ayer vinieron a casa Sebas y su chica, y JM y la suya, y celebramos una cena de tres parejas con comida china y mucho vino, una cosa muy de treintañeros. En el transcurso de la misma, la chica de JM nos narró, con su habitual simpatía, escenas cotidianas de su lugar de trabajo, y Sebas nos habló de una chica de ojos azules natural de Coslada y de un director de cine medio imbécil. Más tarde, como sucede siempre, cada conversación fue convirtiéndose en dos y a veces hasta tres. Se estaba a gusto. En un momento dado entré en la cocina para rellenar la cubitera, y detrás entró la chica de Sebas. Se puso a mi lado y me dio un codazo amistoso.
- ¿Qué tal, forastero?
- Ya ves, aquí picando hielo.
- Hace mucho que no hablamos, tú y yo.
- Sí que hace, sí. ¿Tú qué tal estás?
- Yo bien, pero a tí te veo raro.
- ¿Raro?
- Sí, no sé, distinto.
- ¿Distinto?
- Sí. Distinto. No sé cómo explicarlo. Como... inofensivo.
Inofensivo. Exacto. Ahí lo tienen. Si quieren ya pueden presentarme a sus hermanas. A las diez en punto estarán de vuelta en casa. Si quieren salir a cenar me pueden dejar al cuidado de sus hijos. Les ayudaré con los deberes y les obligaré a lavarse las manos antes de cenar. Inofensivo. Exacto. Ahí lo tienen.

domingo, abril 04, 2010

Qué voy a hacer contigo

Zoe decidió pasar aquí las fiestas, y lo hizo a traición. Estoy en el aeropuerto, en media hora estoy ahí. Ya lleva aquí una semana, tiempo en el que no he dejado de estar lentísimo, patoso, metiéndome hasta la cintura en cada charco, en ocasiones rozando sensaciones tan peligrosas como la alegría. Pero supongo que eso es algo que más bien debiera tratar con un terapeuta, así que volvamos a empezar.
Zoe decidió pasar aquí las fiestas, y lo hizo a traición. Estoy en el aeropuerto, en media hora estoy ahí. Ya lleva aquí una semana, por lo que mis padres han aprovechado para organizar una de esas comidas íntimas, prohibida la entrada a todo aquel que no comparta vínculo sanguineo, que tanto suelen molestar a los más allegados, que no acaban de entender que las familias nómadas se acostumbraron a buscar refugio en la desconfianza y sus rituales excluyentes.
En la comida hay entrantes fríos, platos para compartir y buen vino. Zoe nos cuenta que ha leído que hay un estudio que dice que nuestros ojos (nuestros: de mi madre, suyos y míos, gen recesivo saltarín) parecen proceder de un humano que habitó hace varios siglos en centroeuropa y que padecía una enfermedad que por esos milagros de la naturaleza pasó a su código genético. Luego, con aire teatral, exclama "¡resulta que mi rasgo más distintivo es una malformación!". Y acto seguido mi hermana cambia de tema. Siempre me ha resultado divertida la manera en la que se jerarquizan estas comidas, en las que la importancia que se le da a cada tema depende no del tema sino de quién lo saque. Así, lo que diga Zoe será menos importante que lo que diga yo, y lo que diga yo que lo que diga mi hermana, y lo que diga mi hermana que lo que digan mis padres, quienes comparten un equilibrio en base a utilizar tácticas opuestas: mi padre tiene un tono de voz rotundo que hace que todo el mundo se calle, por respeto, y mi madre tiene un tono de voz extremadamente dulce que hace que todo el mundo se calle, porque si no no se oye. Mi hermana interrumpe a Zoe, y ésta hace un mohín de fastidio y otro de burla. Eva no le hace ni caso y nos cuenta que hace unos días, en una panadería, mantuvo una fuerte discusión con una señora mayor. Dice que al llegar su turno la señora en cuestión se le coló, acción que ella le afeó (dice que con buenas palabras, yo no me lo creo), por lo que la señora montó en colera y le gritó cosas como "os pensais que todo el mundo tiene que bailar a vuestro alrededor", y luego la llamó "pija" y "jirafa". Me hace mucha gracia lo de "jirafa", así que me río, y Zoe me ve y me hace un gesto de fastidio. Me ha interrumpido, no le rías las gracias, tú con quién vas. Así que yo le hago otro de disculpa. Qué quieres, es que me ha hecho gracia. Y ella se muerde el labio inferior, y niega con la cabeza, y mira al cielo. Qué voy a hacer contigo.
Eso deflagra en mi cabeza un recuerdo muy antiguo y poco relevante que no pensé que guardase. Vuelvo de entrenar, y llevo una camiseta de manga corta y una gran bolsa de deporte al hombro. Ella sale de una cafetería y me grita. ¡Ven, estamos aquí! Lleva el pelo recogido. Las pecas, la sonrisa. Hace un comentario sobre mi indumentaria. Ponte algo, vas a coger una pulmonía, dice. Imposible, soy indestructible, respondo. Y ella se muerde el labio inferior, y niega con la cabeza, y mira al cielo. Qué voy a hacer contigo.
Mal.