Te ví en el Delic, sentada entre el calendario de pin-ups y el mapa de la Asia continental, tu melena negra tapizando de insolencia el púlpito de tus hombros desnudos. Estaban a punto de cerrar. Dudé un instante, pero finalmente esa mirada plena de villaverdes y la promesa de un futuro pluscuamperfecto me animaron a...
Demonios, qué sencillo es escribir mal. Vayan con cuidado, el ridículo acecha a la vuelta de cada esquina. En fin, esto, ya no me acuerdo por dónde iba. ¿Por dónde iba? Había un Enero y había una mujer, creo. Sí, eso es, una mujer. Una mujer de suculenta anatomía y personalidad enjuta. O igual no, igual era esa otra que exhibía un ardid en cada gesto y mucho callejeo en la mirada. No sé. Qué más da. Una. Todas bellísimas. Rubias o morenas, simpáticas o agrias, malas o peores. Bellísimas todas. Mal rayo les parta. Si no fuera por las mujeres yo hoy sería una persona muy diferente, una persona mejor. Yo hoy sería delegado de zona de la Balay, asesor contable de un ultramarinos o profesor de microeconomía. Algo sencillito, de pájaro en mano, catorce pagas y los viernes a las tres me piro. Esa idea tan pueril, junto a otras de similar jaez, se alborotaban hoy en mi cabeza mientras bajaba las escaleras de dos en dos, concentrado en el balanceo de mi flequillo y silbando "Comptine d'un autre été" como una adolescente tonta. Y entonces he perdido pie. Y me he caído. Tres escalones en total. Un estruendo. Estoy bien, nada, apenas un par de rasguños. Un brazo por aquí, una pierna por allá, y he ido a parar a los pies del niño de los del sexto quien, con esa facilidad que demuestran los críos para etiquetar obviedades, me ha dicho: "señor, se ha caído". No me digas, majete, he balbuceado, y a continuación no se me ha ocurrido otra cosa que, en mediocre intento de empatizar con el chaval, recomponerme fingiendo ser una criatura imprecisa, un humanoide, un transformer, trazando rotundos movimientos acompañados de lo que se pretendía la imitación de un sonido metálico, robótico. Un impulso con las manos. Fiu. En pie. Fiu. Cabeza arriba. Fiu. Brazos en ángulo recto. Fiu. Pero el niño de los del sexto, típico ejemplar de niño de los de hoy, de los que cambiaron el barro por la playstation y las peleas en el recreo por el échate una rebequita que te vas a resfriar, se me ha asustado. Y se ha echado a un lado, la espalda empotrada contra una pared, temblando de miedo. El muy maricón. Así que sin abandonar mi performance he pasado a su lado -pie derecho, fiu, pie izquierdo, fiu- y he abandonado el portal. A partir de hoy supongo que para ese niño el señor del noveno, ese del que su madre dice que hace mucho ruido, ya será, para siempre, un transformer. El vecino transformer. Trataré de estar a la altura.
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