viernes, mayo 28, 2010

Rozaduras

Cuando mi hija venía a visitarme al hospital le gustaba jugar a hacerse pasar por otros. Su abuela la traía de la mano, la soltaba cuando llegaba a la puerta, ella se quedaba fuera, y la niña entraba corriendo y empezaba la función. Cuando me encontraba en buen estado, sentado, leyendo, jugaba a hacerse pasar por otras personas de su entorno. Soy la profesora, decía, y hablando muy despacio me explicaba la forma correcta de lavarse los dientes. Soy la enfermera, decía, y hacía como que barría la habitación, y yo le decía tonta, que las enfermeras no barren, y ella se reía desconfiada. En cambio, cuando me encontraba en mal estado, las muñecas atadas con correas a los laterales de la cama, un tubo asomando por la boca, siempre se hacía pasar por objetos inanimados. Soy una ventana muy muy alta y me baña un señor subido en un columpio. Un día dijo que era un espejo, y se subió encima, imitándome, los brazos en cruz y la boca entreabierta, mirándome a los ojos, muy seria (¡pierde el primero que se ría!), y por un instante tuve la certeza de que, efectivamente, estaba frente a un espejo, un espejo mágico que sólo reflejaba las cosas buenas. Algo así como un filtro bondadoso. Algo así como un milagro.
Ahora, cuando me llama por teléfono, casi siempre dedica los primeros minutos de conversación a hacerse pasar por alguien. Buenas tardes, le llamamos de la web tetas enormes culos inmensos para agradecerle sus numerosas visitas. Cosas así. Y yo le sigo el juego y al final siempre acabamos riéndonos, aunque en realidad a mi todo eso me parte el corazón, porque siempre acabo acordándome de aquel día en que le dije que la culpa de todo era suya, aquel día en el que si en el mundo hubiese justicia alguien habría entrado de inmediato en la habitación para hacerme tragar esas y todas las palabras existentes, todas las que ya se han dicho y todas las que queden por decir. No debería de acordarme, estaba atiborrado de medicamentos, pero me acuerdo. Ella no debería de acordarse, sólo tenía cinco años, pero se acuerda. Cómo no se va a acordar.
Hace un par de semanas pasamos unos días juntos. Fuimos a cenar al restaurante mejicano de Lychener, y luego estuvimos tomando una copa en un bar cercano. Y allí, acodados en la barra, hablando de nuestras cosas, ella moviendo un pie al ritmo de la música, pensé: joder, qué raro es todo esto, y qué raro es todo siempre.

lunes, mayo 03, 2010

Los amores mal curados y lo inevitable

Sobre la mesa hay varias tazas de café y un tarro con azucar. En el suelo hay un niño que juega a unir grandes piezas de goma espuma. Disfrutamos de la escasa exigencia de los momentos de ocio y participamos de conversaciones cruzadas que versan en su mayor parte sobre la idea del recuerdo. Las sonrisas son sinceras y los esfuerzos mínimos. En un momento dado Martina pide la palabra y sofoca una sonrisa y luego me pregunta si me acuerdo de aquello que hice para Calvin Klein. Todos me miran con interés. Sin perder la sonrisa respondo: ¿Calvin Klein? Yo no he hecho nada para Calvin Klein. Martina me mira, divertida, como si esperase un guiño de complicidad. Joder, Marti, que yo no he hecho nada para Calvin Klein. Miro alrededor y nadie parece creerme, lo cual me pone de muy mal humor.
Entonces oigo un chirrido estruendoso, como de tren frenando en una vía llena de piedras. Cuando el ruido se difumina estoy de pie en una habitación con las paredes cubiertas de telas. Estoy desnudo y abrazo a una muchacha que también está desnuda, salvo porque viste unos calzoncillos de hombre. Me abraza al tiempo que intenta que el roce sea lo más leve posible. No hay el menor cariño en el abrazo, tan sólo la intención de ocultar nuestra desnudez del objetivo de un fotógrafo que nos grita: ¡no expreseis nada, soy perfectos, no teneis sentimientos!
Entonces oigo otro chirrido, otro chirrido estruendoso. Y cuando vuelve el silencio estoy de pie en una habitación con las paredes cubiertas de telas. Delante de mí hay dos chavales abrazados. El está desnudo y ella lleva unos calzoncillos de hombre. Estoy de muy mal humor, porque ella es novata y está muy nerviosa y me temo que acabaremos perdiendo todo el día. Intento explicarles lo que quiero. Quiero que no muestren nada, que parezcan indescifrables, inalcanzables, de otra especie. Pero no va a servir de nada. Veo que vamos a perder todo el día.
Entonces oigo un chirrido. Luego el chirrido desaparece. Ahora la luz entra por una ventana. En la mesa varias tazas de café. En el suelo un niño jugando sólo. Mi enfado va en aumento. ¡Joder, que yo no he hecho nada para Calvin Klein!, grito. Todos me miran sorprendidos. ¿Calvin Klein? ¿Qué dices de Calvin Klein? ¿Qué te pasa, cariño? No entiendo nada. Me siento desorientado. Entonces suena un chirrido. Un chirrido estruendoso. Como de tren frenando en una vía llena de piedras. Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir lo que hay, efectivamente, es exactamente eso. Un tren que descarrila. Ni más ni menos.