miércoles, mayo 31, 2006

No molestar


Estoy (re)leyendo.

Sigo (re)leyendo.

...

martes, mayo 30, 2006

Manual de bondage básico elemental (I)

Señoritas, caballeros, reciban ustedes mi más cordial bienvenida a éste, su Manual de Bondage Básico Elemental. Este capítulo primero, nacido con sincera vocación de prólogo, se dedicará al a priori complicado pero a posteriori fascinante mundillo del nudo en todas sus acepciones. Sogas, ataduras, amarres... Sirva como aperitivo esta descuidada clasificación basada en criterios funcionales:

1. Los nudos básicos o nudos karada: el abc del asunto, los nudos más clásicos, toda esa variedad de nudos que acaban poblando la parte central de una cuerda. De los más sencillos a los más laberínticos, de los más sobrios a los más elegantes. En este grupo encontramos el nudo Philadelphia, el doble nudo japonés de una o dos lineas, el cruzado japonés, el nudo de mariposa o el nudo del pescador.

2. Las ligaduras: el elemento básico de cualquier repertorio bondage, cuando el nudo no amarra cuerda a cuerda, sino cuerda a miembro. Aquí, aquí es donde se juega el partido, en el roce áspero del cáñamo y el yute, en la delicadeza adictiva del nylon y el rayón. Ya lo cantaba aquel: "si estoy contigo, déjame atado a este amor". En esta categoría cabrían el as de guía francés invertido (ojo, mala idea utilizarlo en suspensiones), las esposas mejicanas, el as de guía Birmingham o el muy sensual nudo Foole's.

3. Nudos "a una mano": para ser llevados a cabo en escenas que incluyan simulación de resistencia, o, claro, para epatar a las visitas. Si eres de los que cuando quiso aprender a barajar cartas con una mano éstas siempre acababan en el suelo, amigo, quizás deberías pasar al siguiente epígrafe. Recuerda que aquí buscamos vías de placer, y que para cultivar frustraciones hay otros caminos mucho más efectivos: cortarse un brazo, pasear en Domingo por la Feria del Libro, casarse... A este grupo pertenecen el falconer, el highwayman, o el clásico presilla de alondra a una mano.

4. Los llamados nudos bight: son aquellos nudos en cuya elaboración no se utiliza el final de la cuerda, lo que les convierte en desaconsejables para manos inexpertas. Pero no teman, ya saben que la mano que es hábil para la fragua es hábil para la enagua, así que porfíen en perfeccionar su técnica, porfíen, que verán que carita se les queda a sus partenaires con tan sólo verles ensayar uno de estos complicados nudos. Aquí se encuadran la versión adaptada del famoso rotí de pavo o los nudos para doble miembro.

5. Nudos para azotadores: el nudo puede convertirse no sólo en instrumento de amarre sino también en el apéndice ideal para, por ejemplo, el extremo de un luminoso látigo de latex, que con esa sencilla adenda se tranforma en un magnífico multiplicador de placeres. Dejen cerca agua oxigenada y algodón y... a jugar! Ejemplo: el nudo lasca.

6. Nudos para el mobiliario: sillas, cabeceros, muebles de escritorio, puertas correderas, sujeta-televisores de pared, percheros, bicicletas estáticas... Todo un universo de posibilidades se abre ante el explorador cuando de lo que se trata es de caminar en pos del placer amarrando el miembro anudado a alguna pieza de mobiliario presente en el hogar. Para uno de esos días, aquí teneis un pequeño tutorial básico sobre cómo atar una cuerda a los barrotes de una cama. En esta categoría se podrían incluir el nudo llano, el vuelta de dos cotes, o el delicioso nudo prusik.

7. Nudos deslizantes: ideales para parejas primerizas o escenas en las que la confianza, sí, existe, claro que existe, cómo no va a existir si somos uno y entre nosotros no hay secretos, pero por si acaso... Aquí caben el seminal slipknot o el nudo del inglés.

8. Nudos gordianos: un tipo especialmente peligroso de bondage, ya que en vez de consentimiento utiliza sorpresa, y en vez de anudar cuerda anuda voluntades. Si alguna vez os enfrentais a uno no intenteis buscar cabos sueltos, y haced en cambio lo mismo que Alejandro Magno: sacad la espada, pegad un fuerte tajo al corazón mismo del nudo y clamad: "¡es lo mismo cortarlo que desatarlo!".

Bibliografía: Kinky Ropes, I Will Knot! y Agony & Ecstasy.

lunes, mayo 29, 2006

Psicoterapia existencial-fenomenológica

He soñado que iba andando por el metro, bajando unas escaleras mecánicas. Estando a mitad de bajada oía llegar mi tren e intentaba acelerar para cogerlo, pero no podía avanzar porque me lo impedía una señora gordísima que iba más despacio que yo y me impedía el paso. Cuando llegaba al final de las escaleras, y antes de poder iniciar la carrera hacia el vagón, éste cerraba sus puertas y abandonaba la estación. Yo miraba entonces a la señora gorda, a su espalda mejor dicho, con un odio casi irracional. De hecho, y tras comprobar que la estación estaba casi vacía, comenzaba a considerar la opción de andar hacia ella y empujarla, fingiendo un tropiezo o algo. Poco después, ya os digo que esto era un sueño, la señora gorda se ha convertido en ella, y aunque ahora sus rasgos eran dulces, bellos, conocidos, el odio y la rabia no desaparecían. Ella se giraba, me reconocía, esbozaba una sonrisa, me saludaba con la mano y comenzaba a acercarse, confiada, familiar. Pero yo, mientras, ajeno a la nueva realidad, seguía pensando en qué tipo de maniobra podría fingir para motivar ese tropiezo, ese empujón, para hacerle pagar el que me hiciese perder el tren: para devolverle la moneda.

Fotografía de Vlad Gansovsky.

jueves, mayo 25, 2006

Désormais on ne nous verra plus ensemble



Ahí arriba, donde mora Frank Sinatra, hay un hueco para Charles Aznavour, grande entre los más grandes, poseedor del magnetismo de las grandes personalidades (sí, a pesar de su físico, feo, pequeño, ojos diminutos y grandes orejas), y autor de canciones tan inolvidables como "La Boheme" (esto es interpretar una canción), "Que c'est triste Venise", "A ma fille" (qué preciosidad), "Emmenez-moi", o el maravilloso retrato de un homosexual que vive con su madre y se traviste en un espectáculo nocturno que es "Comme ils disent" (J'ai un numéro très spécial qui finit en nu intégral après strip-tease). Este brutal "Désormais" corresponde a un concierto en el Olympia parisino, año 1972, y es una interpretación plena de declamaciones al límite y cuerdas épicas que bien podría situarse junto a otras inolvidables monstruosidades como el "Jackie" de Scott Walker o el "Mathilde" de Jacques Brel. Palabras mayores, que diría un cursi.

A mí esto, aún hoy, sobre todo hoy, me pone los pelos de punta. Esa caja de resonancia perfecta que posee entre el esternón y la punta de la nariz, esos gestos rotundos, esa mirada que levanta al final de la actuación, abandono entre un mar de cuerdas... Y además, qué demonios, alguien capaz de subirse a un escenario con una chaqueta como esa, estampado de flores sobre fondo verde, está claro: no es de este mundo.

miércoles, mayo 24, 2006

Bajo el azul olvido

Esta mañana me ha llamado Eva:

- Oye, qué rica la cena de ayer, me tienes que contar cómo haces el relleno de los pimientos, estaban buenísimos.
- Dejas el bacalao desalado en un plato. Mientras, en una sartén con poco aceite echas un poco de ceboll...
- Vale. Por cierto, qué cariñosa tu novia. Y guapísima, muy bonita.
- No es mi novia.
- Vivís juntos. Te dice "pásame el pan" como si te fuese a pegar un mordisco en la ingle. Pero no es tu novia.
- Eso es.
- Lo que tú digas. Oye, acuérdate de felicitar hoy a papá.
- ¿Por? ¿Le ha tocado la lotería?
- Es su cumpleaños.
- ¿Otra vez?
- Sí, una vez al año y, qué casualidad, siempre por estas fechas.
- Pues yo tengo 35 y juraría que he celebrado unos 60 cumpleaños suyos ya.
- La mitad serían de la señora esa de ojos claros que vive con él. Tu madre. También los cumple una vez al año. Una manía suya. ¿Qué le vas a regalar?
- Ni idea, ¿qué le gusta aparte de no verme?
- No oírte. Ah, por cierto, ayer se me olvidó comentártelo. ¿Te acuerdas de aquel paciente que tuve, ese que sufría un problema de visión que le impedía ver el color azul, que todo lo azul lo veía gris? ¿Te acuerdas que me dijiste que aquella te parecía la peor enfermedad posible?
- ¿Dije eso? A veces tengo mis momentos poéticos.
- Sí, no veas, la poesía de un perchero. Pues mira, ayer me dijeron que este hombre sufrió hace poco un accidente gravísimo yendo en su coche, porque en la carretera habían puesto una valla azul y no fue capaz de distinguirla del asfalto, y, claro, se la comió enterita. Qué mala leche.
- ¿Las vallas no son todas amarillas?
- Parece ser que no, que también las hay azules. Y yo juraría que una vez ví una verde.
- Pues no me parece bien, habría que regular eso. ¿Tú que le vas a regalar a papá?
- Una botella de whisky. No se la robes.
- (...)
- Bueno, luego nos vemos. ¿Vas a traer a tu novia?
- No es mi novia.
- Lo que tú digas.

La Herzigova atadita, cortesía de Mondino.

lunes, mayo 22, 2006

Just Like Heaven

Ayer por la noche la okupa se plantó frente a mí con un DVD en la mano y me dijo que ahí estaba "Just Like Heaven, ¡con Reese Witherspoon y Mark Ruffalo!", que la viésemos. Yo respondí que de ninguna manera iba a malgastar dos horas viendo esa basura, y que además mi DVD está programado para rechazar películas de ese pelaje. Ella hizo un mohín y me acercó sus labios. Discusión acabada. Mi DVD tampoco dijo nada, el traidor. Me senté con la antología de cuentos de Richard Yates, y ella, la amante de las películas idiotas, se recostó en el sofá, con su cabeza en mi pecho y las manos en mi cintura. Play.

La película va de una mujer, workahólica y sin tiempo para el amor, que yendo en su coche se estampa contra un camión y comienza a aparecérsele como un fantasma al siguiente inquilino de su apartamento, un decorador de jardines afectado por una pérdida reciente. A partir de ahí, llega el descubrimiento de que la muerta no está muerta sino en coma, y una azucarada carrera por conseguir que alma y cuerpo vuelvan a juntarse antes de que desenchufen la máquina a la que la comatosa lleva tres meses enganchada. Huelga decirlo, llega también el amor. Suena mal, ya lo sé, pero la realidad es aún peor, tengan en cuenta que no les he mencionado todavía la espantosa versión que del "Just Like Heaven" de The Cure hace, para escarnio de cualquier espectador que a ambos lados de la cabeza tenga orejas y no lechugas, la insoportable Katie Melua. Y uno se pregunta qué pensarán las Blanchett, Winslet y demás sobre el hecho de que esta señorita sea la actriz mejor pagada del mundo, aunque supongo que les importará bastante poco, y se pregunta también cómo demonios ha podido ganar un Oscar alguien con su filmografía, quizás porque responda bastante bien al ideal de lo que los americanos califican como "girl next door". Aunque en esto de los Oscar, cuando uno piensa que De Niro no lo ganó con "Taxi Driver", la verdad, ya se puede esperar cualquier cosa.

A ver, que me voy por las ramas. Lo que me mueve a escribir estas lineas no es el oscuro mundillo de los premios cinematográficos sino el cómo, en el momento álgido de la proyección, ese en el que la comatosa vuelve a la vida pero ya no recuerda a su amado ni las peripecias con él vividas, y cuando me encontraba a punto de hacer un comentario sarcástico ingeniosísimo sobre tan babosa escena, he notado como mi acompañante, plenamente integrada en la emoción del momento, me ha abrazado la cintura con fuerza, a la vez que he sentido un par de lágrimas suyas resbalando por mi estómago. Y he pensado, qué coño, que a veces me gustaría ser así, y no ser tan resabiado, y ser un poco más ingenuo, y emocionarme cuando el chico pierde a la chica, y saber también encontrar en una película idiota de final de Domingo una buena excusa para dar un fuerte abrazo.

Fotografía de Gerard Rancinan.

domingo, mayo 21, 2006

Potaje de vigilia

Compraría un piso, enorme, y contrataría un decorador. No, mejor una decoradora, que tienen más instinto y van siempre tan elegantes. Se compraría un cochazo, no sabía aún cual, pero uno de los que hacen girar la cabeza a los transeúntes, eso seguro. Y les daría algo de dinero a su madre y su hermano. Bueno, a su hermano menos, quizá nada, aún lo tenía que pensar. Y se compraría ese televisor enorme que...

Sonó en el restaurante un teléfono y eso le hizo volver a la realidad. Pepa le estaba hablando. Siempre que miraba a Pepa constataba cuánta verdad había en el dicho "la cara es el espejo del alma", tan horrible era su aspecto y tan insoportablemente mediocre su personalidad. Le estaba hablando del último capítulo de un estúpido serial televisivo, y él tan sólo asentía, esperando a que aquella perorata acabase, sin querer apuntar que jamás había visto aquella serie ni tenía la menor intención de verla, ya que lo último que quería era alargar o ensanchar aquella conversación. Miró de nuevo el boleto de lotería, lo arrugó con gesto tenso, casi se hizo daño en la palma de la mano, y lo depositó en el cenicero. Héctor intervino entonces en la conversación haciendo lo que pretendía ser una broma, un comentario lamentable hecho con la dicción de, al parecer, uno de los personajes de la serie. Pepa rió. Héctor era de esas personas que aunque lleven traje y corbata siempre parece que van hechos un asco. Sus camisas nunca pegaban con el traje y, debido a su cuello, tan corto, tan gordo, siempre parecían mal cortadas.

Echó otro vistazo pleno de hastío al boleto arrugado y luego miró a su alrededor. Hector seguía con la imitación, pero Pepa había dejado de sonreir, ahora se arrascaba la nuca. A la derecha de Héctor estaba Víctor, bostezando, con la mirada perdida en la gaseosa que había sobre la mesa. A su lado estaban Esteban y Lucía, quejándose de algo que les habían ordenado hacer aquella mañana. Los dos hablaban, con una indignación que parecía compartida pero que no lo era porque en realidad ninguno escuchaba lo que decía el otro, sólo se escuchaban a sí mismos. Miró el reloj publicitario que había en la pared, eran las dos y media, y como siempre a esa hora se encontraba comiendo con la gente de su trabajo (mesa para seis, por favor) en el único restaurante de aquel horrible polígono industrial. El por qué se sentaban juntos ellos seis, no lo recordaba, tal vez sólo por inercia. Lo cierto es que no soportaba su trabajo ni soportaba a sus compañeros, no encontraba en su compañía el menor aliciente. Ellos eran aburridos, y ellas feas y aburridas. Aquellas comidas eran un sopor, todo un canto a la falta de ambición, a la ausencia de carácter, a la vejez prematura. Un muestrario de gente sin objetivos, de muertos vivientes.

Giró la vista hacia la mesa de al lado y reparó en alguien que estaba comiendo sólo mientras leía un periódico. Ese alguien levantó la mirada, le observó a él, y luego observó a sus compañeros. A Héctor y Pepa que ya no hablaban. A Víctor que bostezaba. A Esteban y Lucía que seguían hablando sólos. Levantó las cejas, resopló, bajó la mirada y siguió leyendo.

Fotografía de Gianni Candido.

viernes, mayo 19, 2006

Interrumpiendo mi tren de pensamientos

Hoy me sentía raro, no sé, como que tenía las meninges a rebosar, así que he decidido tomarme un día de vacaciones de mí mismo. He cogido un libro de relatos cortos de Carver que tenía a mano, que siempre mola leer las desgracias de los demás y además es liviano, he cargado el mp3 con el '154' de Wire para ir tarareando aquello de "interrupting my train of thought", y me he lanzado a las calles a paladear un puñadito de esas anatomías rotundas que tan de moda están y que tan malo le ponen a uno. Mis pasos, iniciados sin rumbo prefijado, me han conducido hasta mi café favorito, que no es que sea la pera limonera en cuanto a decoración o selección musical, pero que cuenta en plantilla con tres o cuatro mulatitas que ganas le dan a uno de ponerse de rodillas y dar gracias al cielo por el inabarcable crisol de razas y colores existente en nuestro mundo. Una de las mulatas, que me tiene en alta estima y además es cubana, me ha traído mi café y se ha sentado a mi lado a comentarme que el pasado domingo conoció a un ferrarista.

"El tipo iba todito vestido de rojo y encima me pide un Martini, ¿te lo puedes creer?. Luego va y mientras está leyendo el periódico no hace otra cosa que maldecir, puta Renault, puta Renault. Claro, no tuve más remedio que llamarle la atención, ¿sabes?. Le dije que aquí hay señoritas a las que no les gusta oir palabras así, y le dije que esto es un sitio fino. El tipo se puso colorado, colorado qué gracia, y pidió disculpas, ni un problema. Pero, ¿sabes?, la verdad es que tampoco maldecía tan alto mi molestaba a nadie, qué va, a mí lo que de verdad me molestaba era que se metiese así sin venir a cuento con la marca de mi coche. Porque yo tengo un Clio, ¿lo sabías?. Un coche que me ha salido divino, y que no me ha dado ni un problema, ni en ciudad ni en carretera, y que, de verdad, consume poquísimo. ¿Tú has tenido alguna vez un Renault?".

Y siguió hablando, y yo asentía y me sonreía, un poco en plan chulito, mientras en mi interior, ajeno a la peripecia, trataba de adivinar el cómo habría podido meterse aquella magnífica hembra en un pantalón tan ajustado y el por qué el escuchar tal cúmulo de estupideces saliendo de la boca de la mulata me estaba poniendo tan cachondísimo.

Fotografía de Miles Aldridge.

martes, mayo 16, 2006

Tenemos todo el tiempo del mundo

¿Sabíais que se puede llenar toda una cara A de una vieja TDK de 60 tan sólo con diferentes versiones del "We have all the time in the world" que compusiesen Don John 'eso-son-cuerdas' Barry y el infalible Hal David para la banda sonora del "On Her Majesty's Secret Service"? De la original, con un Louis Armstrong agonizante a la voz (esa fue su última grabación antes de morir), a la más reciente de David Arnold e Iggy Pop, pasando por las de Tindersticks, Vic Damone, Fun Lovin Criminals, My Bloody Valentine o, por supuesto, las incontables versiones instrumentales. Pues si, señores, se puede, ya digo yo que se puede, porque es a eso y no a otra cosa a lo que llevo unas horas dedicado, encerrado en mi habitación. A cuento de qué la reclusión, se preguntarán. Pues a que soy un ser despreciable que está cohabitando con una obsesa de la limpieza. Sí, la preciosa figurita de porcelana que me traje a casa la semana pasada resulta que es incapaz de permanecer quieta si ve la menor mota de polvo, y al final el resultado consiste en que cada vez que ella empuña un artilugio de limpieza yo acabo atenazado por un incomprensible sentimiento de culpabilidad. Por no haberlo hecho antes, por no colaborar. Pero, joder, ésta es mi casa, déjenme tenerla como quiera.

Bien, diré que al principio resultaba gracioso, el cómo se tocaba con su pañuelito y, hala, al lío, y tampoco voy a negar que a este monumento al pecado le venía bien un poco de fregona y aspiradora. También diré que supuse que el asunto no iba más allá de una mera manifestación de esa manía que tienen muchas mujeres de llegar a casa de un hombre y tratar de borrar todas las huellas que les recuerden a un yo que no les pertenece. Un negar el pasado. Pero es que esto roza ya la patología. Miren, hoy estábamos en el salón acabando de comer cuando ha dicho: "¿sabes lo que podemos hacer hoy? Podemos fregar la cocina". "Ah, fenomenal, lástima que tenga un trabajo urgentísimo que requiere mi absoluta atención durante un buen puñado de horas", he respondido. "Pero déjame el frigorífico, y si acabo a tiempo es mío", he añadido, haciendo gala de toda la hipocresía de la que soy capaz, que por lo que veo no es poca. Y me he encerrado en la habitación y he comenzado a redactar idioteces irreproducibles, pura basura, tras compilar en el winamp todas las versiones del "We have all the time in the world" que he encontrado, programadas en reproducción continua. Voy por la escucha un millón. O por la dos. Menos mal que tenemos todo el tiempo del mundo, tan sólo para el amor, nada más y nada menos, sólo el amor.

Ay, si no supiese recogerse esa preciosa cabellera de tantas formas diferentes...

Fotografía de Loïc Peoc'h.

lunes, mayo 15, 2006

¡Ríndete, Dorothy!


- (Amy) Tan sólo viví con mi marido tres días. Era muy joven cuando me casé. Mi marido era un freak de las películas. En realidad, estaba particularmente obsesionado con una película: El Mago de Oz. Hablaba de ella constantemente. Al principio me parecía gracioso. En nuestra noche de bodas, yo era virgen... y cuando hicimos el amor... Has visto la pelicula, ¿verdad?

- (Paul) ¿El Mago de Oz? Sí, la he visto.

- Cuando hicimos el amor... siempre que él... sabes, se corría... simplemente gritaba, "¡Ríndete, Dorothy!". Eso era todo. Sólo "¡Ríndete, Dorothy!".

- Guau.

- Ya. En vez de gemir o decir "Oh, Dios", o algo normal. Era bastante extraño. Le dije lo que pensaba así que... pero él simplemente no podía evitarlo. Decía que ni siquiera se daba cuenta de que ocurría. Simplemente no podía evitarlo. No podía. Así que rompí con él.

- Lo siento. Supongo que te estoy dando la noche.

- No te preocupes. Estoy acostumbrada. Sabes, aún le quiero mucho. De hecho, nos escribimos cada día. Naturalmente, no me gusta hablar de ello.


Diálogo entre Amy (Rosanna Arquette) y Paul (Griffin Dunne) en "After Hours" (1985, Martin Scorsese), la película que ostenta el honor de arrastrar el título peor traducido de la por otra parte penosa historia de las traducciones del inglés al español de títulos de películas de cine, por ese horrible "Jo, qué noche", ex-aequo con el no menos lamentable "La semilla del diablo" que recibió el "Rosemary's Baby" de Polanski.

viernes, mayo 12, 2006

Erase una vez un hombre que no se parecía a sí mismo

Hace tres días me encontré con Carlos. Me dijo "ayer estuve en el Sapphire y no te lo vas a creer, pero vi a un tío que era clavadito a tí, incluso en el vestir. Fíjate que me acerqué a saludarle pensando que eras tú, para tan sólo en el último momento, ya cuando estaba muy cerca de él, descubrir que no eras tú".

Hace dos días me encontré con Silvia. Me dijo "ayer estuve en el Sapphire y, ¿sabes?, al fondo de la barra, sujetando una copa, me fijé en alguien que se parecía muchísimo a tí. Sus gestos eran calcados a los tuyos, y también su risa, y su forma de mover las manos. Hubiera jurado que eras tú. Incluso llegué a hacerle un gesto con la mano al que él no respondió, pobre, debió pensar que estaba loca, y no fue hasta que me acerqué un poco más y le miré a los ojos cuando supe que no eras tú".

Así que ayer decidí acercarme al Sapphire, dispuesto a encontrarme con mi gemelo. Entré y miré alrededor desde la puerta, pero no encontré a nadie que se me pareciese siquiera en lo circunstancial. Llegué hasta el fondo de la barra y cuando iba a pedir una copa la camarera se adelantó y preguntó "¿lo de siempre?". Respondí que sí. Me senté a esperar que llegase mi bebida, y mientras esperaba me entretuve mirándome con detenimiento en el espejo que había detrás de la barra. Y fue entonces cuando descubrí que Carlos, que Silvia, tenían razón, porque necesité encaramarme a la barra y acercarme un poco más a la imagen que aquel espejo reflejaba para finalmente poder afirmar que aquel que había allí enfrente se me parecía muchísimo, sí, pero no era yo.

La de la fotografía es Julichka.

miércoles, mayo 10, 2006

Quise sin rosquillas agujeros

Creo que soy el único macho que conozco que disfruta con la escritura de Clarice Lispector, ya que el resto de los fans que me he cruzado en mi vida eran hembras. Será mi lado femenino, no sé. En fin, el caso es que ayer estaba releyendo su "Revelación de un mundo", recopilación de las columnas que escribió para el Jornal do Brasil, y al encontrarme con una de sus deliciosas anécdotas de juventud recordé un episodio de la mía y, eso, que quería escribirlo.

Ya con anterioridad les hablé de cómo el ajedrez participó desde bien temprano en mi desarrollo. Hoy no sería capaz de hacer un enroque sin tener que visitar luego a un psicoanalista, pero entonces era bueno, tan bueno que me aburría como una grapadora, ya que me veía obligado a superar durante todo el año rondas y más rondas de lo más plomizo hasta llegar a tener la oportunidad de enfrentarme a alguien que me plantease un reto siquiera mínimamente vibrante. Debido a tal sopor, con frecuencia dejaba de lado el ajedrez para dedicarme a otras tareas, deportes preferentemente, que me proporcionasen una recompensa más inmediata. Y así, tras un par de bandazos, llegué al karate, al que me dediqué durante un tiempo de esa forma obseso-compulsiva con la que suelo afrontar este tipo de historias, volcándome en la práctica, la estética y la literatura del deporte más allá de lo aconsejable.

Tras un breve periodo de aprendizaje me vi ante la oportunidad de, por fin, salir a competir. Y lo que sucedió en la primera competición a la que acudí es algo que aún utilizan todos aquellos que lo vivieron como pues-yo-conocí-a-uno-que en bautizos, comuniones y demás reuniones sociales. Hay que comenzar por explicar la característica fundamental del torneo, un torneo basado en un cuadro de enfrentamientos sin repescas, en el que perder significaba marcharse. Y allí estaba yo, preparándome mentalmente para mi primer combate, rebosante de adrenalina, cuando a los cinco minutos de su proyectada celebración me comunicaron que mi rival no se había presentado, y que por tanto pasaba de ronda por abandono. Aquello no me gustó nada, ya que yo todo lo que quería era comenzar a medirme, pelear, ser golpeado, golpear. No, definitivamente aquello no me gustó, y menos aún lo que sucedería a continuación. El segundo rival se lesionó una muñeca al dar el golpe que le proporcionaba la victoria en su primer combate. Adelante por abandono. Mi hermana respiraba, temiendo como temía el primer guantazo que habría de llevarse su hermano, y mis amigos se meaban de risa. ¡Los tienes acojonados!, me gritaban. No acabó ahí la cosa, claro. El tercer rival, de carácter extremadamente díscolo, ten cuidado con él, me decían, discutió de forma violenta con su entrenador apenas diez minutos antes del inicio del combate, y se largó. Combate ganado, por incomparecencia. El cuarto rival sufrió una fisura en una costilla. El quinto, esguince de tobillo en el calentamiento. Cinco de cinco, ya hasta mi hermana se sumaba a las mofas. Así que me planté en la final con un cabreo que había ido en aumento con cada victoria, con la mente nublada por las ganas de luchar, incluso de perder, de descubrir qué era eso de padecer en la derrota no sólo el ya conocido dolor intelectual, sino también uno puramente físico. Quería que me pegasen, demonios, y en cambio ni siquiera había tenido la oportunidad de arrugar el kimono.

Llegó el que para mi rival, magullado, maduro, era el combate final, mientras que para mí era el debut. Durante los eternos minutos que transcurrieron hasta que el árbitro dio la señal de comienzo del combate apenas pude concentrarme, limitándome a esperar que sobre mi oponente cayese de nuevo la maldición, así que cuando aquello al fin comenzó la alegría que sentí fue casi indescriptible. Temblaba de excitación, cegado por la emoción, tan cegado que apenas ví venir a mi rival, quien dispuesto a arrollarme desde el primer instante hizo un giro de plástica magnífica con el que logró hacer impactar su pierna con mi brazo. Tan pronto como su maniobra finalizó escuché el grito de mi hermana, y a continuación un crujido. Pensé por unos instantes que me había partido el brazo del golpe, pero muy pronto descubrí que aquel sonido provenía del pie de mi contrario. Cayó al suelo, se retorció de dolor, chilló, el árbitro le atendió brevemente, se hizo un corrillo a su alrededor, lo llevaron a la enfermería, y por último levantaron mi brazo en ganador. ¡Sin haber dado literalmente ni un golpe!.

Creo que aún debe andar por casa de mis padres aquella medalla de oro, una medalla que tuvo que recoger mi hermana ya que yo, blasfemando, casi llorando, me vestí sin hablar con nadie y corriendo salí de aquel pabellón. Por supuesto, huelga decir que no volví a competir jamás, aquel noble deporte no se merecía contar con alguien tan peligroso como yo. Así que si en algún momento me tienen enfrente, huyan, huyan, o prepárense a correr el riesgo de ser transformados por mi diabólica mente en el más frágil de los cristales.

Fotografía de Mr Evil.

martes, mayo 09, 2006

Mundo interior es todo lo que tengo

Llegó hasta mi mesa, apartó una silla y se sentó frente a mí. Me dijo que de niña su madre le ponía coletas, que le encantan las coletas, pero que se ha cortado tanto el pelo que tendrá que esperar al menos seis meses para poder volvérselas a hacer. Me dijo que los cajeros automáticos de la ciudad le adoran, pero no así los tornos de las estaciones de metro. Me dijo que es en las tácticas conservadoras utilizadas en tiempos de paz donde se comienzan a fraguar las derrotas, y que el concepto de inconsciente colectivo siempre le pareció una memez. Me preguntó si follábamos. Respondí que no. Me habló de los síntomas que revelan una campilobacteriosis, de lo fascinante de la tábula peutingeriana, y de las innegables ventajas prácticas del Fairy sobre el Mistol. Me dijo que la civilización cristiana siempre será moralmente inferior a la musulmana debido a que no entiende como es debido el concepto del azaque, y me dijo también que en Tulsa, Oklahoma, va contra la ley besarse durante más de tres minutos seguidos. Me dijo que una vez demostrado que pi es un número trascendental no tiene sentido seguir intentando cuadrar el círculo, y que siempre que se detiene junto al escaparate de una zapatería siente unas ganas irrefrenables de ir a mear. Me preguntó si follábamos. Respondí que no. Se levantó y se marchó. Ví que llevaba unos pendientes triangulares. ¿Os lo podeis creer? ¡Unos pendientes triangulares!

Fotografía de Karina Taira.

lunes, mayo 08, 2006

Existen dos maneras de ser feliz en esta vida

Ayer me invitaron a una fiesta fina y, no sé muy bien por qué, acudí. Creo que la razón tiene que ver con que esperaba encontrar allí a alguien que finalmente no asistió, y tengo la certeza de que de la misma forma que yo fui con la esperanza de topar con alguien, ese alguien no fue por el temor a toparse conmigo.

Una vez en la fiesta, y dado que ésta era, tal y como esperaba, un espanto, decidí pasar el mayor tiempo posible junto a la mesa en la que reposaban las bebidas. Allí comencé a hablar con una muchacha tan guapa como menuda que llevaba una redecilla en el pelo, uno de mis fetiches, quien al parecer había optado por tomar la misma vía de escape de aquel tedio. Nos caímos bien, nos reímos mucho, bebimos más, y acabamos en mi casa.

Esta mañana, muy temprano, la he oído levantarse y luego vestirse, andando de puntillas, sin ponerse los zapatos, hasta que se ha marchado, cerrando muy despacio la puerta. No nos habíamos llegado a dar los nombres, todo estaba en orden: he seguido durmiendo. Sin embargo, unas dos horas después, he oído que llamaban a la puerta. He abierto y era ella, con una bolsa de viaje en una mano y una mochila rebosante de libros a la espalda. "Tengo la oposición el viernes, necesito estudiar y aquí podré hacerlo, déjame que me quede, ¿sí?, ¿sí?", ha dicho. No he llegado a responder, atenazado como estaba por la sorpresa, y ella ha dado un paso adelante, ha dicho "gracias, gracias", ha dejado la bolsa en el suelo, me ha dado un abrazo, y ha entrado. Luego ha abierto la bolsa, ha sacado un pañuelo, se lo ha puesto en la cabeza, ha ido a la cocina, me ha dicho que me apartase, ha cogido una escoba y ha barrido la casa, luego ha cogido una fregona y ha fregado, y cuando ha acabado se ha metido en el baño con la bolsa. Poco después ha salido con el pelo recogido con una pinza rosa, hay mujeres que conocen mil formas de recogerse el pelo, descalza, vistiendo un pantaloncito amarillo tan corto que me costaría hacerme una muñequera con su tela, se ha sentado en el sofá, ha abierto la mochila de los libros, unos libros que ha esparcido alrededor, ha sacado un cuaderno, y se ha puesto a subrayar y a escribir. A estudiar.

Ahora, a veces me pongo de pié junto a la puerta y la observo furtivo, y ella al sentirse contemplada chupa juguetona el bolígrafo, se estira la camiseta, y sonríe sin mirarme. Y entonces no sé bien si quiero lanzarla por la terraza, o comerme ese pantaloncito corto, o ambas cosas. Ahora, incómodo, violentado, estoy encerrado en el baño, buscando un espacio que aún me recuerde a mí, con el portatil sobre las rodillas, sin saber muy bien qué hacer, ni cómo. De hecho, en un momento dado me he mirado al espejo y me he descubierto tan pálido que he bajado la mirada, porque me he visto como esos niños que son demasiado jóvenes para soslayar el miedo a una pesadilla, pero que a la vez se saben demasiado mayores para pedir en la oscuridad el amparo de sus padres, temiendo con el temor que se tiene a las cosas demasiado reales el terrible instante en el que caiga la noche.

viernes, mayo 05, 2006

I put a spell on you

De verdad que yo hoy pensaba rematarles una guarradita de texto de viernes, hablando con todo lujo de detalles de aquella vez que intimé con la hija de mi vecina del sexto, y del magnífico equilibrio del que hicieron gala una mano en desempeño deshonesto y la otra apretando en escorzo el stop del ascensor, pero hoy como que no, como que el nervio ciático se ha hecho fuerte y me duele aquí y allá y me siento mayor y sin cuerpo para malabarismos. Y miren que esta primavera viene fuerte, con las chavalas dedicándose a la imposible tarea de confundir en un sólo estilo los perfiles de Jennifer López y Twiggy, qué locura, y qué ganas dan de hacer el caníbal y llevarse a cuatro por delante, pero hoy no, hoy no hay manera, hoy bajo las escaleras corriendo y noto que me falta el aire. Qué ruina. No sé ustedes, pero yo en días de biorritmo bajo como este lo que hago es acordarme mucho de Susana, una muchacha con la que salí hace un porrón de años, una que cuando escuchó mi deseo de abortar aquella misión se armó de tesón y me dijo "vale, pero algún día pasarás un momento bajo, y tendrás ganas de acostarte y dormir, y entonces serás mío". Qué alarmante muestra de falta de autoestima ¿que no? Y qué miedo.

Fotografía de Krzyszof Wykrota, vía Der Langwailer.

jueves, mayo 04, 2006

Tiempo de descuento

Esta mañana he recibido una llamada de Martina. Eres un pedazo de cabrón, siempre te tengo que llamar yo, me ha dicho. Dos semanas sin llamarte, esperando a que lo hicieses tú, y nada, eres lo peor, ha añadido. Estoy tratando de olvidarte para poder rehacer mi vida y seguir adelante, he contestado yo, y ella ha sentenciado finalmente con un tajante "vete a la mierda". Tras este entrañable cruce de cariños le he estado contando que estos últimos días me entretengo memorizando las alineaciones y resultados del Mundial de fútbol del 66, por matar el tiempo, por mantener ocupadas las meninges con la simpática fonética de una pléyade de nombres uruguayos, alemanes o coreanos. Para demostrarle mis progresos he comenzado a recitar "Yashin, Ponomarev, Shesterniev, Khurtsilava, Voronin, Danilov..." y ella ha soltado un "qué interesante" y ha cambiado de tema. Me ha contado que tiene un despertador de esos que disparan su alarma cada diez minutos a partir de una hora señalada, y que no hay cosa que más odie en la vida que ese horrible instante en el que ya en la ducha la alarma comienza a sonar de nuevo, ese instante en el que odias a muerte ese aparato pero en el fondo sabes que la culpa es tuya por no haberlo apagado. Dado que el deshacerse del despertador está fuera de la cuestión al poseer éste el valor sentimental propio de según qué cosas materiales, ha decidido finalmente ponerse en contacto con un electricista que le diseñe un sistema de botones apaga-despertadores, y que disemine los mismos por diferentes estancias de la vivienda: uno en la ducha, otro en la cocina, y otro en el pasillo que va del cuarto de baño al salón. Los grandes problemas requieren grandes soluciones, ha añadido. Yo le he hablado entonces de lo mucho que me pone el hablar de amperios, corrientes alternas y generadores electrostáticos, y he comenzado a recordar aquella simpática anécdota en la que aparecen involucrados una bailarina de origen burgalés, una japonesa de muy buen ver, el motor de una lavadora y el que esto escribe, y ella ha dicho entonces "uy, llaman a la puerta, será el electricista", y ha colgado.

miércoles, mayo 03, 2006

Como un mendigo frente al escaparate de una pastelería

Viernes. Aquella noche estaba no ya resultando olvidable, sino que comenzaba a transformarse en digna de arrepentimiento. Estábamos en un bar, en el pasillo que conducía a los baños, apoyados en la pared y sintiendo la música rebotar y ahogarse entre aquellas paredes tan cercanas, cuando una muchacha salió del otro baño, el de mujeres, se acercó hasta mí, y me dijo "tienes una mirada preciosa". Lo oscuro de aquel pasillo y el mareo de una noche excesiva me impidió ver de quién provenía la voz. Traté de enfocar pero no lo conseguí, así que acerqué mis labios donde supuse que estaría su oído y susurré "cualquier cosa que te diga ahora, con el moco que llevo, te hará creer que soy un gilipollas. Y no diría yo que no lo sea incluso sereno, pero si te apetece comprobarlo, ven a la cafetería que hay en la esquina de Alcalá y Castelló el martes a las seis". Dijo algo que no acerté a entender, y cuando me aprestaba a soltar un estúpido ¿cómo? se abrió la puerta de nuestro baño, por lo que me limité a dirigir un adiós hacia aquella sombra y entré.

Martes. Acababa de pedir un café, cortado, y comenzaba a ojear un periódico del día anterior que había sacado del revistero de la cafetería cuando alguien me tocó en el hombro y me dijo "vaya pedo que llevabas el otro día, machote, hubiera apostado a que no te ibas a acordar de que tenías una cita". Me giré, y comprobé que aquella voz salía de los labios de una mujer de pelo corto moreno, con el flequillo sobre la cara, una cara llena de pecas en la que destacaban dos ojos color miel y unas pestañas larguísimas. Llevaba una camiseta negra de tirantes que dejaba ver un tatuaje de unas flores que le llegaba desde el hombro hasta el codo, y en el escote unas gafas de color amarillo. Me quedé embobado mirando su tatuaje y ella dijo "son rosas negras, me encantan las rosas. ¿Te has acordado de traerme rosas?". Noté que se me secaba la boca y que mis cuerdas vocales se hinchaban. Estaba tan mareado que comencé a dudar de si no estaría metido en algún sueño, por lo que me limité a esperar que aquellas pecas comenzasen a ponerse azules, o que la cafetería se convirtiese de repente en una catedral, o algo así. Ella inclinó entonces la cabeza, frunció el ceño, sonrió, y finalmente dijo "¿y bien? Si eres mudo, siento decir que en lenguaje de signos sólo sé decir gracias, hola, y mi nombre, mira". Hizo algo con las manos, y yo respondí al fin "esto... yo... verás... Dios, eres preciosa". Ella dijo "y tú eres un encanto. En cuanto te ví supe que eras un cielo. Oye, aquí hace calor, ¿por qué no vamos a dar un paseo?".

Y seguro que no, que yo no era ningún cielo, y que aquello muy pronto dejaría de parecer un sueño, pero al salir de aquella cafetería y durante un instante, os juro que durante un instante el aire olió a rosas y en el ambiente se dibujó el hecho cierto de que era ya, sí, al fin, Mayo.

Fotografía de Fernando Milani.

martes, mayo 02, 2006

La procesión va por dentro

Dos niños abrazados a un enorme perro negro que con paciencia infinita aguanta sus achuchones. Una pareja en chandal y zapatillas que camina, cogida de la mano, con sus enormes bolsas de tenis a la espalda. Dos chavales que ensayan mates y alley-hoops sobre una canasta imaginaria. Tres adolescentes sentados en un banco que ríen y se dan codazos al pasar delante de ellos una señora de imponente escote. Una mujer de largo pelo rubio rizado, con gafas de montura roja, que lee un libro de pequeño tamaño sentada en una terraza frente al parque. Tres amigas caminando muy despacio, mientras charlando animadas empujan los carritos de sus bebés.

Escenas como de anuncio de colonia barata, escenas de un día festivo cualquiera, un día en el que acudo a esa cafetería a la que solías ir en mañanas como ésta, y en la que hoy no estarás porque te encuentras a 579 kilómetros de aquí.

Como un calcetín, dado la vuelta como un calcetín.

Fotografía de Eric Martin.