miércoles, abril 30, 2008

La música callada, la soledad sonora


Low. Live In Amsterdam. 02.02.05

I knew this girl when I was young
She took her spikes from everyone
One night she swallowed up the lake
That's how you sing amazing grace.

[N de la R: Este post va dedicado a mí mismo.]

domingo, abril 27, 2008

Y Ken Follett dijo: "es como montar en bicicleta"

Como colofón a los actos de celebración del Día del Libro acabamos en una fiesta que se anunciaba como de homenaje a no sé quien pero cuyo objetivo real era el de chupar como esponjas, que en eso el mundo literario no se distingue del del cine, la música, los fontaneros o los auxiliares administrativos. Todos empapados como peces. En lo que sí se distingue es en que la mayoría de sus habitantes se creen los más listos de su portal, y se empeñan en hablar por boca de gente muerta y en utilizar expresiones tan lamentables como "al hilo de lo cual" y en sujetar el cigarro tal que así, al hilo de lo cual decidí que era un buen momento para desempolvar un viejo discurso, ese que dice que los únicos que piensan que la selección natural de nuestro tiempo se produce en base a criterios intelectuales son cuatro feos, y que en realidad lo hace en base a criterios exclusivamente estéticos, siendo los ejemplares más bellos los que triunfan, con la cruel particularidad de que han conseguido convencer al resto de que el triunfo está en otra parte, en un diabólico sistema de méritos y pirámides, creando de esa manera un enorme y reluciente ejército de tontos útiles.
Una vez me hube enemistado con un número considerable de asistentes aquello comenzó a ir un poco mejor. Nos hicimos fuertes en un rincón de la sala, y allí se dijeron cosas como que si en un Día del Libro te regalan tres zafones y cuatro follets tienes un problema, pero que si no te regalan ninguno casi seguro que tienes otro. Y se estaba casi cómodo y el alcohol era abundante, pero pronto la joven esposa de un hombre muy importante comenzó a tirarme los trastos de manera nada sutil, e intenté zafarme diciéndole que me dejase en paz, que tan sólo soy un niñato como otro cualquiera, con sus manías, sus ventanas por limpiar y su fondo de escritorio de Adriana Lima, pero no soltaba su presa y acabé huyendo de la fiesta, casi a la carrera.
Luego me pasé por casa de Martina, quien me regaló una preciosa edición de La Historia del Ojo, y si su novio no llega a poner orden me la habría comido a besos allí mismo. Nos sentamos a tomar una copa, pero comprobé que arrastraba un verbo devastado por el alcohol y decidí que era hora de volver a casa. Y eso hice, con un libro bajo el brazo, dos copas de más, y la certeza de que no existe tarea menos provechosa que la de tratar de descifrar a la mujer de otro.

miércoles, abril 23, 2008

El bicho que te haya picado bien merece un documental

Hoy podría hablarles de esas mujeres que se pasan la vida rechazándote y luego se enfadan cuando te ven con otra. O de esas otras que lo llenan todo de condicionantes, de lo más decisivo a algo tan sencillo como pedir un puto café. Largo de café, en vaso de cristal, sin azúcar, la leche templada, desnatada. Pero paso, total, para qué. La verdad es que no me apetece hablar de nada. Estos días no me apetece hablar, ni caminar, ni pensar, ni comer, ni beber, ni ducharme, ni follar. Estos días soy una sombra de mí mismo. Me dejo ir, vivo de las rentas. Y todo lo que produzco es bazofía, material de derribo, escombro, en lo circunstancial, lo crematístico y lo emocional. Pero nadie se da cuenta. La gente suele quejarse de que se siente injustamente valorada, de que posée fabulosas virtudes que por alguna razón los demás no perciben. Bien, pues a mí me pasa todo lo contrario. Yo estoy sobrevalorado. Desde siempre. Desde que era un crío. Siempre se me han atribuído facultades que sólo existen en la mente de quien me las atribuye, y me han hecho el destinatario de expectativas que me son ajenas. Los que viven a mi alrededor participan de una suerte de embrujo que les hurta todo criterio, toda exigencia. Y quedan fascinados ante cada frase como si la hubiese dicho el mismísimo inventor de La Palabra, y se admiran de cada pequeña decisión como si la hubiese tomado el jodido Salomón, y celebran cada logro como si hubiese descubierto la cura del sida. Y ojo, que no, que esto no es humildad, qué coño va a ser humildad. Es tan sólo que no me apetece hacer nada, y no entrego más que basura, y los demás ni se enteran. Y me dan ganas de gritarles a todos: ¿pero es que no lo veis, cojones?, ¿ES QUE NO LO VEIS?
A veces pienso que soy el único ser cuerdo que queda sobre la faz de la tierra, así que muy bien tampoco debo de estar.

viernes, abril 18, 2008

You said "it's just like a full moon"

Cada noche al ir a acostarme voy apagando todas las luces de la casa de más cercana a más lejana, de tal manera que al final he de recorrer a oscuras el camino que lleva hasta mi cama. Lo hago a tientas, y si el camino resulta excesivamente fácil, por acostumbrado, entonces doy dos vueltas sobre mí mismo y, desorientado, vuelvo a comenzar. Si llego tarde y borracho es todo más fácil, o sea más difícil, tortuoso. Luego me acuesto y pienso en cualquier cosa. Y si advierto que me acerco a un abismo entonces pienso en esas mujeres que cuando no encuentran la palabra que buscan taconean, y sonrío. Y si advierto que me dirijo a un precipicio entonces pienso en esas mujeres que al recibir un halago se muerden el extremo izquierdo del labio inferior, y sonrío. Pienso en las mujeres que se fueron y en las mujeres por venir, pero jamás en las de hoy, que a esas hay que pensarlas lo menos posible. Y nunca acabo de decidir si lo que mejor me define es aquello que me gusta o aquello que me disgusta.
A qué viene todo esto, se preguntarán. La verdad es que no lo sé. Creo que lo que quiero decir es que aunque durante la mayor parte del tiempo uno puede dejarse llevar en esta enrevesada travesía en canoa para uno, y detenerse a contemplar el paisaje y juguetear con las aves tropicales que se posan en la proa y echar una cabezada bajo el sol, también hay momentos en los que la corriente te conduce irremisiblemente hacia la sima, y entonces de poco sirve quejarse o contar con una eventual llegada de refuerzos. En esas ocasiones tan sólo queda arremangarse y remar, dosificando el esfuerzo por si la batalla se alarga, los cinco sentidos puestos en no caer. Y si nos vemos obligados a acercarnos a la orilla y desembarcar, mejor tener un rifle a mano y munición en abundancia.

lunes, abril 14, 2008

Así es imposible

Me despierta un ruido. Alguien en el baño ha encendido un secador. No recuerdo haberme acostado ayer con nadie, pero tampoco es la primera vez que me sucede, por lo que me giro y trato de seguir durmiendo. Entonces proceso algo que he visto de pasada. Me doy la vuelta y, efectivamente, en el lugar en el que debiera haber un cuadro hay un espejo, y debajo no está el baúl sino un mueble con cajones. Y las sábanas no son negras sino de un azul pálido. Es incomprensible. La habitación es la mía, la puerta, la ventana, el inconfundible techo, ligeramente abuhardillado. No entiendo nada. Se abre la puerta del baño y el corazón me da un vuelco. Quien sale es ella, quince años mayor pero sin duda ella. Ella que me ve despierto y comienza a rememorar algo sucedido, al parecer, la noche anterior. Se mueve a toda prisa. Se sitúa frente al espejo y se coloca unos pendientes. Me dice que no olvide que hoy tengo que ir a eso. No sé a qué se refiere. De vez en cuando me mira pero no repara en mi sorpresa, se diría que presa de esa suerte de ceguera que trae consigo la costumbre. Por supuesto, a estas alturas ya sé que me encuentro inmerso en un sueño, un sueño ucronico, un sueño maravilloso.
Con prisa me da un beso protocolario, y con prisa sale de casa. Me levanto y me dirijo al salón. Todo es allí diferente. Me acerco a una estantería y veo libros que, no me cabe la menor duda, son suyos, y otros que no reconozco, por lo que supongo que serán míos, de ese yo que sería si aquello no hubiese sucedido. Vuelvo a la habitación y me asomo al espejo. Sí, soy yo, aunque diferente. No sabría decir en qué, el gesto quizás. Por un instante me echo de menos, la nostalgía de la antigua desdicha. Pero es sólo un instante. En realidad siento que no podría ser más dichoso. En realidad estoy eufórico. Bien, se acabó, pienso, ahora me despierto. Pero no. Así que me visto y salgo de casa. Me dirijo a una librería y allí compro tres libros que, no importa quién sea ahora ni durante cuánto tiempo, jamás deberían faltar en mi estantería. Luego entro en una cafetería, la cafetería habitual. Tomo una mesa y pido un café. Cuando lo acabo no sólo no he despertado, sino que estoy aún más confuso. De repente, ya recuerdo la anécdota que ella rememoraba antes, y recuerdo qué es eso a lo que tengo que ir hoy, y recuerdo también que trabajo en una oficina en la que se estarán preguntando por qué no he ido. Y lo que ya casi no recuerdo es todo lo relativo al otro yo. Se me ocurre que quizás no esté soñando sino que acabo de despertar de un sueño, un sueño ucrónico, un sueño cruel.
Poco a poco la euforia va siendo sustituída por los avatares del día a día, y al cabo de un rato ya apenas recuerdo nada. Pienso que debería llamar a la oficina e inventarme algo, y enseguida pienso que, total, para qué, si en un par de horas tengo que ir a eso. No hay prisa. Así que decido pedir otro café. Y abro uno de los libros que he comprado. Entonces cae una gota de agua sobre su primera página. Está lloviendo, pienso. Pero enseguida caigo en que estoy en una cafetería. Dentro de una cafetería. No cuadra. Me fijo en la gota que cayó sobre el libro y veo que todo lo escrito se desparrama como una acuarela. Luego cae otra gota sobre la mesa, y la mesa comienza a difuminarse. Después cae otra gota sobre mi brazo, y mi brazo... El cuadro. El baúl. Las sábanas negras. Mierda.
Mierda.

miércoles, abril 09, 2008

Clear C_MOS

El médico me dijo que lo mío era gravísimo y que me quedaban tres meses de vida. Abandoné el hospital, y que si esto y que si aquello, y cuando me quise dar cuenta ya sólo me quedaba una semana. Se me había ido el santo al cielo, siempre me pasa lo mismo. Me dije "¿y mi soñado viaje a Australia qué?". Pero, claro, sería un día para ir, otro para volver, más el del jet lag. No compensa.
Ya ven qué gilipolleces se me ocurren estos días.
También pienso mucho, no sé a cuento de qué, en una antigua novia que en la hora de la despedida me reprochó que fuese demasiado poco celoso. Yo, desorientado por lo peregrino del argumento, le pregunté si no se había planteado el que no fuese ausencia de celos sino de amor. Pero ella dijo que no, que imposible, que yo la quería mucho, pero que era poco celoso, y que adiós. Más tarde he vuelto a toparme con más mujeres de esas para las que los celos son una exigencia, y que no conciben más desamor que el propio. Siempre traen problemas.
Ya ven las insustancias que llenan mis pensamientos estos días. Insustancias y gilipolleces. La culpa es del entretiempo. Yo detesto los entretiempos, en lo estacional, lo climatológico y lo filosófico. En los entretiempos todos andan ensimismados, planificando sus futuros más inmediatos, ensayando cambios de imagen, prisioneros de un optimismo desmedido, pero yo en cambio pienso en bobadas y camino mirando al suelo, ausente, y me empeño en transitar la peligrosa linea que separa melomanía y coprofagia. En los entretiempos todos miran al frente, pero yo, al contrario, me entrego a la nostalgia. Y la nostalgía es una carretera cortada, un despeñadero. Si se me apareciese el genio ese que concede deseos y me concediese uno sólo, sería por supuesto el de pasar un día en el interior de la cabeza de Paris Hilton. Pero si se me concediesen dos, el segundo sería el de ser sometido a uno de esos lavados de cerebro que abundan en la ciencia ficción mala, esos mediante los cuales un letal asesino se transforma en humilde relojero. Y olvidarlo todo. Hacer un reset y empezar desde el cero más absoluto. Yo por deshacerme de todos mis recuerdos estaría dispuesto incluso a renunciar a los buenos, incluso a tener que volver a aprender a hablar y a caminar y a hacer mis necesidades en los lugares indicados. Por olvidarlo todo yo estaría dispuesto incluso a dar un par de extremidades.

viernes, abril 04, 2008

Mañana será demasiado tarde

Es ahora o nunca. He quedado con Marta y tengo decidido que hoy daré por finiquitada nuestra relación. Esto no tiene ningún sentido. Le he dado el tiempo suficiente para que viese la luz, para que entrase en razón. Pero nada. Sigue empeñada en verme como ave de colores. No espabila. Nuestras conversaciones son cada vez más afiladas, y nuestros sentidos del humor convergen, y el sexo es cada vez mejor. Si seguimos así corremos el grave riesgo de enamorarnos. Y eso sí que no. Ella no es solo mucho mejor persona, sino que también es una persona mucho mejor. Me siento como si robase en casa de un amigo. No se lo merece. Así que preparo un discurso impecable, con un cierre perfecto para cada linea argumental posible. Un discurso memorable. Y llego al lugar en el que hemos quedado, y unos minutos después llega ella con su vestido corto y claro de sutiles estampados, y el pañuelo que le regalé hace un mes, y sus botas altas de tacón bajo, con unas medias negras que apenas alcanzan a cubrir sus rodillas. Y el pelo suelto. Y esa sonrisa. Y pierdo pie. Tropiezo. Y a punto estoy de pedirle que se case conmigo. Esto no es serio. Joder. Así no vamos a ninguna parte.
- ¿Qué era lo que me querías decir?
- ¿Yo? Nada ¿Por?
Estamos en una cafetería nueva, de diseño muy moderno. La iluminación es minimal y el mobiliario sobrio a la par que elegante. Un lugar divino. Pido un café. Las tazas son del tamaño de las de la cocinita de playskool. Pido dos cafés más. Luego damos un paseo y acabamos frente al escaparate de una tienda de lencería. Señalo un salto de cama verde pistacho e impostando una voz de completo idiota le susurro al oído: "eso, reina, te quedaría de muerte". Y a continuación coloco una mano en su trasero. Y entonces oigo la voz de mi madre. Muy nítida. Dios mío. Esto sí que es serio. Pero miro alrededor y no, las voces no están en mi cabeza, sino que, efectivamente, ahí está mi madre. Con mi padre.
- ¿¡Qué coño haceis vosotros por aquí!?
No me hacen ni caso. Se abalanzan sobre Marta. Se presentan. "¡Al fin nos conocemos!". Marta me mira y en su cara se dibuja un diafano "te jodes". La interrogan con saña, pero ella se muestra impecable, con la seguridad de quien se sabe infalible en las distancias cortas, letal en el mano a mano. Y, claro, les cae fenomenal, a mi padre porque es guapa y a mi madre porque siempre le cayeron bien todas las mujeres que le presenté. Hasta las peores. Y las peores fueron muy peores. No sé en qué lugar me deja eso. ¿No se supone que debería ser al revés? Las más descerebradas siempre fueron para ella "muy dulces", las más maleducadas "muy simpáticas". Marta gesticula y sonríe. La víbora. Hablan como si se conociesen de toda la vida, como si yo no estuviese. Mi madre le dice que el Domingo va a preparar su famoso goulash, y que tiene que ir, que tenemos que ir, que no acepta una negativa. Marta me mira y en su cara se dibuja un diáfano "¡te jodes!". Mi padre me mira y se ríe. Yo no le veo la gracia. Aunque, bien mirado, igual sí que la tiene.