martes, enero 12, 2010

Las trepidantes aventuras de los ases lacrimógenos


Disculpen que últimamente me muestre tan poco comunicativo, es que me ha dado por la marihuana. ¿Mi fin de año? De acuerdo, mi fin de año. La cena de fin de año se celebró en casa de mis padres, presentes también mi hermana, su marido y mis sobrinos. Mi madre preparó su habitual ensalada de arenques, y todo resultaba tan cálido, tan reconfortante y tan seguro que me dio un ataque de pánico que me mantuvo encerrado en el baño durante media hora. Al final mi hermana gritó "¡niño, las uvas!" y salí del baño y me comí las uvas y después hicimos el primer brindis con vodka como es tradición familiar. Ante el cambio de año los hay que hacen balance y los hay que hacen propósitos. Yo soy de los segundos, así que podría asegurar que ese resulta siempre un instante esperanzador. Arrebatado por la ilusión pedí a mis sobrinos que hiciesen cada uno un propósito para el nuevo año, y la mayor dijo que quería aprender tantos idiomas como su madre, pobrecita mía, la mediana dijo que quería aprender a jugar al voleybol, y el pequeño, ante mi insistencia, se puso nervioso, me llamó idiota y empezó a llorar. Al cabo de un rato me fui, pues había quedado con unos amigos para llevar a cabo una celebración que se pretendía discreta con las excusas de cada año: hoy no hay quien salga, hoy está todo lleno de domingueros de la noche, los que salen hoy no saben beber. El plan era juntarnos unos pocos en una casa y pasar una velada tranquila, pero aquello pronto se nos fue de las manos, hasta el punto de que acabamos en un sitio inverosímil llamado Leganés, un lugar en cuyos bares no importa lo que pidas que siempre te ponen lo mismo, o al menos sabe igual. En Leganés interactuamos con seres incomprensibles y bailamos al son de canciones wtf de Paloma San Basilio o Rocío Durcal, hasta que invitados acudimos a una casa en la que seguir la fiesta. Allí todos seguimos bebiendo, y unos charlaban y otros jugaban al karaoke ese de la playstation, y me senté en un tresillo y me dije "¿a que me quedo frito?", y unas horas después desperté con dos chavalas elegantes y con peinados festivos a medio deshacer tumbadas encima de mí, jovencitas a las que juro por Dios que no toqué. Miré alrededor y vi a mis dos amigos durmiendo apretujados en un sofá, y tras hacerles con el móvil una foto que me viene dando grandes alegrías estos primeros días del año, y sintiendome reconfortado en un aroma mezcla de perfume del año pasado y toneladas de alcohol comencé a pensar mediante el método de hablar conmigo mismo en tercera persona como si yo y yo en total sumásemos tres.
¿Os acordais de aquellos veranos en los que bailábamos? Dos meses aquí, otro allí y otro allá. Lo que nos pagaban apenas nos llegaba para lo mucho que gastábamos, pero, joder, qué fácil era gustarse entonces. Las personalidades desastradas por doquier, los paseos en barco a mediodía, un sueño en la playa por la tarde, la moda subvencionada y aguja e hilo. Qué fácil era gustarse entonces, ¿verdad? ¿Os acordais? No, claro que no os acordais. Qué os vais a acordar.