viernes, diciembre 29, 2006

Rebote

Señores, estoy de dulce. No estaba tan fino desde aquellos tiempos en los que con un alfil en la mano era capaz de caligrafiar poesías de métricas sorprendentes y geometrías inauditas. Estoy en vena, afilado como un bisturí del diez, preciso como una melodía de Gershwin. Cuando en la mesa me levanto y tomo la palabra los demás callan y escuchan con devoción, porque saben que enarbolo la bandera del ingenio. Cuando voy en coche los que van delante se echan a un lado y dejan paso, porque llevo encendida la sirena de la inspiración. Y cuando recorro a pie las calles de la ciudad la multitud se arremolina a mi alrededor, los turistas me hacen fotos junto a las marquesinas de los ministerios, las jovencitas me invitan a sus fiestas de cumpleaños en el McDonald's y los operarios municipales dejan sus quehaceres para seguirme, cantando y bailando, embrujados por mi incontestable magnetismo. Soy el puto flautista de Hamelín.
Soy la resurrección, y soy la luz.

Hay dos tipos de precipicio, aquellos hacia los que uno se abalanza embrujado por su ineludible poder de atracción, y aquellos en los que uno cae por accidente, porque se quedó dormido al volante. Este no corresponde a ninguno de los dos.

miércoles, diciembre 27, 2006

Encefalitis granulomatosas para inmunosuprimidos crónicos

Ayer soñé que el doctor House se metía en mi cama. Conmigo dentro. Estaba medio dormido, encendía la luz y allí estaba el doctor House, junto a la cama. Me decía que conocía mi remedio. Se quitaba la ropa, se acostaba a mi lado, apagaba la luz, deslizaba un brazo sobre mi pecho y decía: "No temas, YO tengo tu remedio". He salido de casa medio despistado, dándole vueltas a determinados aspectos del sueño. Por ejemplo, no recordaba si el doctor House iba en pijama, en calzoncillos o desnudo. Escalofriante. Entonces he llegado a la altura de unos niños. Iban cogidos de la mano formando una fila. Tres profesoras les acompañaban, una a cada extremo de la fila y la otra en medio. He bajado la cabeza. He disimulado. He acelerado el paso. Casi he echado a correr. Pero al detenerme a la altura de un paso de cebra mis peores temores se han hecho realidad. Ha sido espantoso. Espeluznante.
Un niño me ha agarrado la mano.
He tratado de soltarme, sacudiendo la mano. Como cuando se te queda pegado un trozo de celofán en la punta de un dedo. Cada vez más nervioso. Pero el niño no se soltaba. Agarraba fuerte el condenado. Y me miraba muy serio. Y yo seguía sacudiendo la mano. La profesora que se encontraba en medio de la fila ha contemplado la escena y se ha acercado.
- No te va a morder.
- ¿Qué?
- El niño. No te va a morder.
- Ya. Bueno. Verás. No me gustan mucho los niños.
- Ya se vé. Pero sólo ha agarrado tu mano, no te está pidiendo que le adoptes.
La profesora quería resultar simpática. Yo acababa de soñar que el doctor House me abrazaba en la cama.
- Pero, ¿y si quiere que le coja en brazos?
- Tiene seis años, no quiere que le cojan en brazos.
- ¿Y si se mea?
- Por Dios. Sólo quiere que le ayudes a cruzar la calle.
- Ya.
- Sus padres le han enseñado a no cruzar si no es de la mano de un adulto. Está muy bien educado.
- A mí cuando era pequeño me decían que no le diese la mano a los desconocidos.
- Bueno, también. Depende.
- Porque quién sabe. Yo podría ser traficante de órganos. O un psicópata violador de menores. O sacerdote. O...
Entonces la profesora ha puesto cara de pánico, ha cogido al niño y se ha alejado. Pero no es cierto que a mí no me gusten los niños. Es sólo que no me gusta que me toquen. No me gusta tenerlos cerca. No me gusta que me hablen. Ni que me miren.
Porque cuando lo hacen a mi cabeza viene siempre lo mismo.

martes, diciembre 26, 2006

El gordo ha caído en saco roto, la Navidad en lunes

La gente no me deja en paz. Yo les digo que estoy bien, que estoy fenomenal, pero no me dejan en paz. Se dicen "sobre todo, que no esté sólo". Se dicen "tenemos que ser muy cuidadosos". Me tienen miedo. Pero yo estoy bien. Estoy de puta madre. Tan sólo necesito un minuto. Un minuto para pensar. Uno sólo.

El gordo cae en 7. El 24 cae en Domingo. Mi hermana me llama para recordarme que este año hacemos la cena en su casa. Yo le digo que prefiero no ir, que tengo una resaca espantosa producto de unir dos resacas horribles. Ella no me contesta. Tan sólo se separa un poco del teléfono y grita "¡Héctor, vete a por mi hermano!". Eva es la persuasión, la delicadeza, el ingenio. Héctor es el puto Hércules. Por eso cuando llega a mi casa y con un gesto escueto me ordena que me meta en la ducha lo hago, a pesar de que me he duchado hace apenas veinte minutos. Cuando vamos en su coche Héctor pone un disco. De Ramoncín. Yo esbozo una pequeña sonrisa. Hector me mira.
- ¿Qué?
- No, nada. Nada.
En la cena están los de siempre. Se cena lo de siempre. Se brinda como siempre. Lo demás, también lo mismo de siempre, aunque diferente. Se hace tarde. Voy hasta el minibar a ponerme otro whisky y se acerca mi tío. Me dice que le gusta el nuevo anuncio de Nissan. Me pregunta si es mío. Le digo que no. Me dice que le gusta el nuevo anuncio de Ikea. "El nuevo anuncio de Ikea es cojonudo de verdad", dice. Me pregunta si es mío. Le digo que no. Pienso en decirle que yo no me dedico a la publicidad, pero no lo hago. Total, para qué. Pienso "lo malo de las celebraciones familiares no es que sobre bebida ni que falten drogas, lo malo es que tras acabar de cenar la gente se queda", y me río sólo. Sara y Víctor discuten mientras juegan a las cartas, y gritan detalles comprometidos de su vida sexual. Es realmente tarde. Vuelvo a llenarme la copa y me siento en el sofá con Silvia, mi prima. Silvia acaba de cumplir dieciseis años y por vez primera le han dejado brindar con champán. Ella le coge el gusto y sin que la vean sus padres se aprieta tres copas más. Lleva un pedo de cojones, adolescente, kamikaze. Se acerca y me dice "explícame un poco mejor qué es eso que haces", y pone su mano en el interior de mi muslo. Me levanto de un salto. Respiro con dificultad. Me meto en el baño. Me quedo quieto frente al espejo, mirándome a los ojos. Pienso en muchas cosas. Mi minuto. Pienso también en coger impulso e incrustar mi cabeza contra el cristal. Me digo "a la de una, a la de dos". Empiezo a reirme. A carcajadas. Salgo del baño y me siento al lado de Eva, que me sonríe y agarra mi brazo. Ahora todos están sentados a la mesa contando viejas anécdotas, rendidos a la melancolía. Mi hermana cuenta lo de aquellas navidades en las que introduje unos petardos en el asado y me cargué el horno. Yo cuento lo de aquellas navidades en las que ella trajo a cenar a un tipo con una cresta verde y un imperdible en la nuez. Todos nos reímos y de cuando en cuando bostezamos. Hay tiempo de sobra para ser infeliz. Otro día.

domingo, diciembre 24, 2006

Hacia Belén va un caza-bombardero F14 Tomcat, rin rin

Este post viene del post anterior. O al revés. No lo sé. ¿De acuerdo? No lo sé.

Poco a poco voy rellenando lagunas. A saber. Fuimos a la fiesta de unos amigos de Sebas. Barra libre, gente guapa y música lounge. Al cabo de un par de minutos JM dijo "esto es un volcán de mierda en erupción", y nos fuimos. A un garito del centro. Nos bebimos medio bar. Tres desgraciadas intentaron ligar con nosotros. Se reían con nuestras anécdotas. Se reían cuando hablábamos de coches. Se reían cuando hablábamos del puto calentamiento global. "Para mí la morena que se parece a Joan Jett", dije cuando se fueron al baño. "Y para mí", dijo Sebas. "Y para mí", añadió JM. Cuando volvieron les dijimos que nos teníamos que marchar, que debíamos visitar a un pariente que sufría una enfermedad terminal. Se rieron de nuevo. Ya fuera, JM sacó una botella que se había llevado de la fiesta pija y me dijo "brindo por tí, cabrón". Paramos un taxi. El taxista trató de convencernos de que España se hunde por no sé qué y después nos condujo a un bar oscurísimo con sofás de skay y mesas de cristal tintado donde se desarrollaba un espectáculo de transformismo. La concurrencia se asemejaba al casting de una película de terror. Proxenetas, expresidiarios borrachos, sosías de la Pantoja, trapecistas en paro. Lo mejor de cada casa. Cogimos una buena mesa. Sebas le preguntó a una camarera si tenía una baraja de mus y un tapete. JM y yo nos reímos. La camarera no. Sonó mi teléfono. Número privado.
- ¿Sí?
No contestó nadie. Colgué.
Volvió a sonar. Número privado.
- ¿Diga?
No contestó nadie. Me esmeré en distinguir algún gemido, algún sollozo, algo. Nada. Colgué.
Volvío a sonar. Esta vez no me fijé en si ponía lo del número privado.
- ¿¡Quién coño eres!?
- ¿Cómo que quién soy? ¡Soy tu madre!
- Ah. Vaya. (Risa nerviosa). Verás. Me estaban llamando. Vaya.
- Ya te veo. ¿Qué, de fiesta?
- Bueno. Sí. Nada, algo tranquilito.
- ¿A qué hora vas a venir?
- ¿Ir a qué?
- Cómo que a qué. ¡A la cena de Navidad!
- Navidad. Es verdad. Sí. Claro. A la hora de siempre. ¿No?
- ¿Vas a traer a Diana?
- Yo. Verás. No. Me parece que no. No sé dónde está.
- ¿Qué le has hecho?
- Ahora tengo que colgar, te llamo mañana.
Colgué. Sobre el escenario se encontraba ahora un travelo negro con tetas de silicona y un pollón descomunal. JM y Sebas lo celebraban tirados en un sofá, riendo a carcajadas y gritando "Orzowei, Orzowei". En cualquier momento nos iban a romper la cara. Me dolía la cabeza. Me palpitaban las sienes. La boca me sabía a desesperación. Pero más aún a ginebra. Me levanté. Dios, como me dolía la cabeza. Dije: señores, creo que necesitamos un piano bar. Lo necesitamos ahora.
Ahora mismo.

viernes, diciembre 22, 2006

Hacia Belén va un misil BGM109 teledirigido, rin rin

Estoy bien. Estoy muy bien. Aunque me duele un tobillo. Me cuentan que me lo torcí al saltar desde lo alto de un piano. Yo no me lo creo.
¿Quién puede ser tan gilipollas como para saltar de lo alto de un piano?
Estoy bien. Estoy fenomenal. Estoy echado en el sofá con el pie vendado y un cuenco de pistachos en el regazo. La gloria.
Estoy jugando a las damas con una muchacha que me mira como si compartiéramos un secreto decisivo. No tengo ni puta idea de quién es. Tampoco sé qué coño hace en mi casa, ni cuándo o cómo entró. Parece rusa, o lituana, o finlandesa, aunque a lo mejor me confunden la palidez de sus facciones y su catastrófico acento. Habla de pena. Hace un rato le he dicho "mueve", era su turno, y ella se ha mirado el reloj y ha dicho "no, onse". A lo mejor tan sólo es alguien que arrastra alguna tara psíquica. O a lo mejor la estoy soñando. A lo mejor pertenece a una mafia eslava y se dispone a asestarme catorce puñaladas y luego hacer un estofado Strogonoff con mis vísceras. O a lo mejor me casé con ella, antes de saltar del piano. No lo creo. No me acuerdo. Me ha dicho que no puedo encender la tele porque ayer lancé por la ventana el mando a distancia. Y que también tiré mi cámara de fotos, el altavoz derecho de la minicadena, una raqueta de pádel y el perchero. Eso dice. Yo no me lo creo.
¿Quién puede ser tan gilipollas como para ponerse a lanzar objetos por la ventana y no tirar sus albums de fotos?
Donde antes estaba el perchero hoy hay un árbol de navidad. Tampoco sé de dónde ha salido. A lo mejor venía con la rusa. Es de tamaño mediano. Rojo. No, no es verde, es rojo. Está medio roto, como si hubiera penado su otoño pagando culpas ajenas. Las bolas son blancas y opacas y en todas pone "Burger King" en letras de un tamaño inadecuado. Es feo de cojones. Pero es un árbol de navidad. Hacía muchos años que no tenía un árbol de navidad en casa. Al verlo me entran ganas de abrazar a todo el mundo. Y de comer polvorones y peladillas. Y de sacar la botella de anís y cantar la de los peces en el río. Y de que toda la casa huela a asado. Y de agarrar un aerosol y pintar guirnaldas y papasnoeles en las ventanas.
Y de coger la agenda y llamar por teléfono a todos los números, a todos menos a uno, gritando AUXILIO.
Felices fiestas.

martes, diciembre 19, 2006

Blitzkrieg Harakiri

Hay dos tipos de agujeros, los que invitan a meter un dedo y los que invitan a acercarse y mirar a través. Este es de los segundos. Está situado en mi cocina, entre la nevera y la freidora. Hoy me he asomado. Al otro lado he visto a Sebas, fumando y leyendo el Marca. Juraría que por la estructura de mi vivienda ese agujero debía de dar al baño. Allí me he dirigido. No había nada. Ni agujero recíproco, ni Sebas.
(Inciso: comprar papel higiénico).
He vuelto a la cocina. Me he vuelto a asomar al agujero. Hay dos tipos de amigos, los que en los momentos duros te prestan su hombro y los que en los momentos duros te dan una colleja y te dicen que espabiles. Sebas es de los segundos. Este tipo de amigos tienen muy buena prensa, todo el mundo quisiera al menos uno. Hasta que te toca, claro. Entonces te das cuentas de que son unos hijos de puta. Me ha dicho que ahora voy a estar 'mejor' porque yo no sirvo para 'eso'. Que pase página. Que llorar es de madres aburridas y perdedores de finales olímpicas. Me ha dicho que le enseñe 'el blog ese'. Le ha echado un vistazo desde el otro lado del agujero y ha dicho ¿te das cuenta?, y ha dicho ¿ves en lo que te estaba convirtiendo?, y ha dicho que ese que escribe ahí no soy yo sino un tipo sin pene y un atolao. Menudo cabrón. Tiene razón. Si alguien quiere hacer fotos de la capilla, que las haga ahora que mañana la quemo.
(Inciso: buscar el soplete).
Me ha dicho que despierte. Que no tengo edad para amarguras adolescentes. Que estoy hecho una ruina. Que las niñas guapas y decentes son para directores de recursos humanos del sector servicios y cantantes de rock desenganchados. He intentado rebatirle. He intentado defenderme. He mirado mi reflejo en el lateral de una cacerola. El pelo sucio, mal afeitado, ojeras, un pantalón de chándal.
(Inciso: quemar también el pantalón de chándal).
"Me cago en mi sangre", he exclamado. Sebas me ha dicho que me duche y me cambie. Que me espera abajo en media hora. Para salir a tocarle el culo a las chicas con novio y contarle chistes racistas a los porteros de discoteca y darle besos en la frente a nuestros camellos y beber anís hasta que nos saquen a empujones del último piano bar. Como antes. Como ayer. Hay dos tipos de ayer, el que transcurre convirtiéndose en pasado y el que se funde con el hoy y el mañana sin llegar nunca a abandonar su condición de presente. Este es de los segundos. El puto día de la marmota. Hey, ho, let's go!

lunes, diciembre 18, 2006

¿Un regalo? ¿Para mí? ¡Qué ilusión!

Ayer por la tarde andaba a la búsqueda de estímulos efímeros con los que atizarme el cerebelo y decidí dirigir mi yo virtual a Movie Mart, que nunca falla. Una vez allí, y dado que no había merendado, opté por un archivito protagonizado por Gianna, con esa anatomía tan alimenticia a la retina y su siempre alegre disposición al tajo. Una cosa incorrecta, por supuesto, pero sin pasarse. Y ahí andaba yo, navegando al pairo, aquí y allá, en espera de que el archivo completase su descarga, cuando sonó el timbre de mi puerta. Me puse de mala leche, claro, como me pasa siempre que suena un timbre, de puerta, interfono o teléfono, a pesar de que la estadística demuestre de forma abrumadora que esas llamadas tienden a ser de índole lúdica. En fin, que no sé, y que además da igual, que yo de lo que quiero hablar es de que alguien llamó a mi puerta.

Cuando la abrí me encontré con una desconocida vestida todita de un azul muy luminoso, no sé si por alguna suerte de pret-a-porter obligado, supongo que sí, aunque, quién sabe, quizás fuese por gusto, del malo. Llevaba un gran paquete entre las manos. Sí, supongo que era un uniforme. Dijo mi nombre, respondí "sí, soy yo", y me lo entregó. Le pregunté si le tenía que dar algo, y ella me respondió "no sé, ¿qué tienes?". No estaba yo para juegos, que está muy feo eso de hacer esperar a Gianna, así que me limité a dedicarle una sonrisa protocolaria y cerrar la puerta. Una vez dentro de casa abrí el paquete en cuestión y comprobé que dentro había otro más pequeño, envuelto en papel de regalo, en verde macarena y oro, rematado por una tarjeta sin firmar en la que tan sólo se podía leer "como ves, ¡esta vez no me he olvidado!". Abrí el paquete y dentro había un VHS de La Decima Vittima, una muy bonita edición en inglés de una antología de Flannery O'Connor y un paquete de quince cuchillas de marca "Sevillana". Las dos primeras cosas, me congratulé, me hacían juego con el paladar. Un acierto. Y la tercera, supongo, sería algún chiste privado. Volví a leer la tarjeta. "Como ves, ¡esta vez no me he olvidado!". Pues yo sí. No tenía ni idea de quien podía ser el (o la) remitente. Le dí vueltas al asunto, tratando de hacer memoria de las personas que en un pasado se hubiesen podido cruzar entre aquellos elementos y yo. Y entonces caí en quién había sido. Sin duda alguna. Por lo de las cuchillas, sobre todo. Qué gesto más inesperado, y qué sorpresa más oportuna, me dije. Pasé una media hora embobado de purita emoción, cosquilleado por las mil alternativas que se me ocurrían para devolver la pelota. El regalo que enviaría yo a modo de contestación sería antológico. El suyo lo era.

Ya digo, una media hora, no pasó mucho más hasta que sonó de nuevo el timbre de mi puerta. Abrí y allí estaba la chavala de azul. Ni rastro esta vez del gesto risueño. Llevaba un sobre grande en las manos. "Lo siento, de verdad que lo siento..." comenzó a decir, y sin dejarle acabar entré en casa, metí el libro, el video y las cuchillas en la caja, y se la devolví. "De verdad que lo siento... en la central... las navidades...", continuó, mientras me entregaba el sobre. Los papeles de mi abogado, claro. Los estaba esperando, lo había olvidado por completo, qué idiota.

Me senté y pensé en para quién sería el paquete, quién el remitente, qué historia escondería aquella escueta nota. Mierda, se me habían quitado las ganas de pasar un rato con Gianna.

viernes, diciembre 15, 2006

Tiempos de descuento


Las cosas nunca acaban cuando acaban. Siempre acaban un poco antes.

jueves, diciembre 14, 2006

Tu famoso pañuelo amarillo

Diana ha vuelto y ahora limpia los cristales. Eso es lo primero que hace siempre que vuelve. Yo, mientras, me siento y la veo saltar de ventanal en ventanal tocada con un pañuelo amarillo que preciso le abraza la melena. Con la mano derecha sujeta un retal de una vieja camiseta blanca de los Feelies, que en su momento me gustaba mucho pero luego hice trapos, y de cuando en cuando lo mira, contempla cómo la suciedad lo va oscureciendo y entonces teatraliza un gesto de fastidio. Ese limpiar los cristales le funciona por lo que se ve como una buen manera de establecer el primer reproche (no se te puede dejar sólo, ¡mira cómo se pone todo!) pero también de quitarle hierro al asunto que nos tiene en esta tesitura, ella limpiando los cristales y yo musarañeando a su espalda.

Ahí arriba pensaba poner un video de una actuación en televisión de Damien Rice, de una canción que está bonita y que además tiene un título que podía venir bien como metáfora. Pero es que resulta que detesto a Damien Rice, quien me parece un tipo que aúna lo peor de la larga (demasiado) saga de cantautores irlandeses, aquellos cuyo miserabilismo compite en impostura con voz y pose. Todo mentira cochina. Y cada vez que le oigo maldigo el día en el que se escapó del puñetero camping en el que algún insensato tuvo la ocurrencia de decirle que hacía canciones bonitas. Pero, vaya, que esta canción ya digo que no me parece mal, lo que en cierta forma me reconforta, porque a mí en general me hace sentir bien el hecho de ser capaz de apreciar algo inesperado en alguien cuyo talento desprecio. Me gusta reconocerme errado, y me encanta que me pueda llegar a gustar una canción de, qué se yo, Britney Spears. Es un ejemplo.

Yo ahora escribo nervioso -disculpen pues la previsible ausencia de flow- y me cago en Damien Rice y presiono sin una lógica estructurada los botones del mando a distancia de un televisor apagado mientras acuden a mi mente pensamientos inconexos, como que nunca he conocido a una danesa fea o que añoro los diciembres de Santander. Y saboreo los instantes previos a que Diana finalice su ritual y se siente al fin a mi lado, a escucharme defender avergonzado que no, que yo no soy mal tío, tan sólo un chico más que cuando se aburre hace el idiota y que reacciona mal cuando alguien le intuye la pena que lleva parasitada en el alma. Y que debería aprender a en ciertas ocasiones no hacerme ni puto caso, especialmente cuando me desproposito y hablo sólo y cuesta tánto escucharme. Y que no pretendo hacerle daño, de verdad que no. Y que me alegro mucho de que mis cristales vuelvan a estar relucientes.

lunes, diciembre 11, 2006

Babel

No sé si alguna vez habreis recibido una puñalada. Vaya, espero que no. Por supuesto, no hablo de agresiones metafóricas sino de aquellas que se ven sustanciadas, las que implican cinco centímetros de acero rasgando músculos y vísceras. Pues bien, os diré que la sensación que se experimenta es inolvidable. Primero llega el pinchazo, menos intenso de lo que cabría esperar, apenas un chispazo de dolor. A continuación se percibe del entumecimiento de la zona afectada y sus alrededores, sucedido de una repentina e insensata sensación de calor que se funde de forma casi inmediata con un frío se diría que asimétrico, y después con un mareo, la señal inequívoca de que el propio cuerpo se dispone a abandonar todas sus innatas capacidades para concentrarse en hacer frente al peligro inmediato. Es un poco después cuando entrarán en juego la adrenalina y el miedo. Miedo al daño permanente, a la pérdida, al abandono, un miedo que lo cubre todo, hasta conseguir apartar todas esas otras sensaciones meramente físicas. Y eso, el miedo, es lo único que persistirá durante el proceso de recuperación, durante el "la operación fue bien aunque aún hemos de esperar para constatar su éxito" y el "parece que la herida cicatriza sin complicaciones" y el "a finales de semana si todo va bien le daremos el alta".

El miedo sabe bien cómo jugar con el tiempo, y se muestra tan capaz de alargarlo hasta el infinito como de convertirlo en apenas un suspiro. Pero al final llega un día en el que el miedo desaparece. Se esfuma, sin más. Y te encuentras en mitad de una noche, una noche cualquiera, y de repente despiertas, desorientado, desvelado, con un regusto a plomo en la boca, con una percepción inexplicablemente física de todos y cada uno de los músculos de tu cuerpo. Sobre todo de los afectados. Y es entonces cuando descubres, aterrado, que lo que de veras te sucede es que añoras, con una intensidad tal que incluso se asemeja a un incongruente dolor físico, aquellos efímeros instantes que precedieron al miedo. El entumecimiento, el calor, el frío, el mareo. Algo que experimentaste tan sólo una vez, apenas una vez, pero de lo que te has convertido en adicto. Adicto al padecimiento.

Al principio tratas de luchar contra ello y es posible que incluso seas capaz de fingir que nada sucede. Si eres lo suficientemente cuerdo serás capaz de sepultarlo durante el resto de tu vida, con absoluta solvencia. Seguro que sí. Pero también es posible que, casi por casualidad, como fue mi caso, por esa querencia al desastre que uno genera cuando se muestra en su estado más vulnerable, descubras que no eres el único que ha reaccionado así. Que hay más gente de la que imaginas en tu misma situación, gente que se organiza en sociedades situadas al margen de leyes y morales, empeñada en la búsqueda incansable de la reproducción controlada de la sensación añorada. Gente que pretende sentir de nuevo. Y fue ahí, exactamente ahí, en una de esas sociedades, donde conocí a Ingrid. Ingrid, una de esas personas que no son otra cosa que una invitación al error, un mayúsculo peligro, un pasaporte seguro hacia la debacle. Una de esas mujeres ante las cuales uno se desarma, hipnotizado, sumiso, entregado, la dignidad cercenada y la mente obnubilada por la poderosa e inexplicable atracción del abismo.

El fotograma pertenece a Babel. Y la banda sonora, no de la película sino del post, es el "German Song" de Come, una canción de verdad, de las que acompañan y conmueven y conducen y completan.

viernes, diciembre 08, 2006

Everything you hated me for... honey there was so much more


You never hear me talk about one day getting out
Why put a new address on the same old loneliness
Everybody knows where that is
We built that house of his
And when he’s not home
His memory is
If Heaven’s really coming back
I hope it has a heart attack
When it sees how dangerous it is for guys like that
And the night has always known when it’s time to get going
When it’s been too long when it starts showing
It’s always had that ghost who always almost
Tells us the Secret
How there’s really no difference in who he was once
And who he’s become
And I thank him for letting me win
And I think he's doing it again
Everything you hated me for... Honey there was so much more
I just didn’t get busted.
I’m not gonna take the easy way out
This whole life it’s been about
Try and try and try
And try and try and try
To be simple again

Jason Molina - Just Be Simple (de Songs:Ohia - The Magnolia Electric Co., 2003)


Fotografía de Streetzen.

miércoles, diciembre 06, 2006

These are the words of a frontier lad...

Laura se encuentra ahora mismo en Brasil desempeñando un trabajo que la mantendrá en aquellas latitudes durante al menos seis meses, tiempo que estimo de sobra suficiente para que aquellos pobres infelices comprueben lo que es una Dulcinea mesetaria de las de verdad, de las de mirada negra y gemelos contundentes. Ya lleva allí un mes, tiempo durante el cual hemos estado conversando con una cierta frecuencia vía e-mail o skype, hasta que ayer constatamos que tanto progreso epistolar ciertamente le hurta romanticismo a este asunto de la distancia y el cambio de hemisferio. Por lo que hemos decidido que a partir de ahora pasaremos a cartearnos, a cruzar correspondencia escrita con papel y tinta de los de verdad, de los que dañan el medio ambiente. Y al final hemos quedado en que cada diez días o así yo le enviaré una misiva repleta de adjetivos esdrújulos, y que ella me contestará de vuelta con otra que incluya una foto suya en biquini. Buen trato.

Así que emocionado me he lanzado a escribir mi primera carta, pensando en hablarle de las fiestas que se avecinan o de esa morena de mirada díscola y estupenda borrachera que hace unos días y en medio de una sesión de electro minimal abarrotada se acercó y me dijo una barbaridad. Pero en cambio he acabado dibujando, a trazos impares, todo muy amateur, a un señor calvo y gordo previsiblemente cántabro, de gesto confiado y dedos infantiles, de los de traje cruzado a cuadros, zapato blanco y pajarita a juego, o no. Bajo el dibujo he elaborado una pequeña glosa del personaje, alguien que, se me ha ocurrido, adora asistir como público en plató de su talk-show matinal favorito, que desayuna cada mañana café con leche y dos porras, y que ha desarrollado un gusto desmedido por las mandos a distancia universales, los empanados con ajo y perejil y la lencería de color carne y refuerzos laterales. Por detrás -hermanos, recuperemos de una vez la escritura a dos caras- he rellenado un par de párrafos hablando de aquella noche en la que este señor, embadurnado de cremas faciales y entregado frente a un espejo de cuerpo entero a su habitual sesión sabatina de travestismo, contempla horrorizado el explosionar del suelo de su pasillo, por un reventón en la caldera de gas de su vecino de abajo, una explosión que obliga a evacuar a los vecinos del inmueble. Y de cómo, tocado con una bata de satén y calzando zapatos de tacón, presa de dos shocks paralelos, el de ver estallar su hogar y el de saberse descubierto en lo más íntimo, se dedica a tratar de convencer a sus vecinos, la voz impostada, de que él no es él sino su hermana gemela que ha venido a cuidarle la casa. Lo cual supone un esfuerzo enternecedor aunque vano, dado que la onda expansiva se ha llevado por delante no sólo buena parte de su recién colocada tarima flotante color roble country sino también, aunque él aún tardará unos minutos en darse cuenta, su peluca pelirroja rizada.

He cerrado el sobre, de los par avion con ribetes rojos y azules, que aunque no se lo crean aún se siguen fabricando, y nada más introducirlo en el buzón de la esquina he pensado que cualquiera que abriese esa carta fácilmente podría pensar que el que la ha escrito va puesto hasta las trancas. Suerte que Laura me haya conocido en circunstancias mucho peores. Mucho, pero que mucho peores. Y yo a ella. A ver qué tal el biquini, que me aseguran está causando furor.

Fotografía de Burke Heffner.

lunes, diciembre 04, 2006

Wurlitzer

"Vuelvo a mi casa y le deseo buenas noches a un portero que no conozco (podría ser cualquiera) y luego entro en mi cuarto de estar desde el que se domina la ciudad. El sonido de los Tokens cantando "The Lion Sleep Tonight" llega desde las luces de la máquina de discos Wurlitzer 1015 (que no es tan buena como la Wurlitzer 850, tan difícil de encontrar) que está en el rincón del cuarto de estar. Me masturbo pensando primero en Evelyn, luego en Courtney, luego en Vanden y luego otra vez en Evelyn, pero justo antes de correrme -un orgasmo poco intenso- pienso en una modelo casi desnuda que he visto hoy en un anuncio de Calvin Klein".

Bret Easton Ellis (American Psycho, 1991).

Fotografía de Mert Alas & Marcus Pigott.