viernes, diciembre 29, 2006

Rebote

Señores, estoy de dulce. No estaba tan fino desde aquellos tiempos en los que con un alfil en la mano era capaz de caligrafiar poesías de métricas sorprendentes y geometrías inauditas. Estoy en vena, afilado como un bisturí del diez, preciso como una melodía de Gershwin. Cuando en la mesa me levanto y tomo la palabra los demás callan y escuchan con devoción, porque saben que enarbolo la bandera del ingenio. Cuando voy en coche los que van delante se echan a un lado y dejan paso, porque llevo encendida la sirena de la inspiración. Y cuando recorro a pie las calles de la ciudad la multitud se arremolina a mi alrededor, los turistas me hacen fotos junto a las marquesinas de los ministerios, las jovencitas me invitan a sus fiestas de cumpleaños en el McDonald's y los operarios municipales dejan sus quehaceres para seguirme, cantando y bailando, embrujados por mi incontestable magnetismo. Soy el puto flautista de Hamelín.
Soy la resurrección, y soy la luz.

Hay dos tipos de precipicio, aquellos hacia los que uno se abalanza embrujado por su ineludible poder de atracción, y aquellos en los que uno cae por accidente, porque se quedó dormido al volante. Este no corresponde a ninguno de los dos.
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