lunes, mayo 21, 2007
El fin del mundo (bis)
Me sentía vapuleado, triste, suicida. Sonó el teléfono. Era Laura, para decirme que había vuelto. De hecho, me decía que estaba abajo, en el portal. Qué sorpresa, dije, pensé que no volvías hasta Junio, dije, y bajé. Estaba eufórica, bronceada, optimista. La llevé a cenar. De camino hacia el restaurante me reencontré con la sensación de verse reflejado no en el ojo del que te mira, sino en el ojo del que mira a quien te acompaña. Eran otros tiempos. En el restaurante ella pidió una ensalada con queso de cabra, anchoas y mozzarella. Yo pedí carne, poco hecha, como siempre. Le hablé de Diana y de Ruth y de Sarah, y ella escuchó con atención. Luego le hablé del premio y del mar y del mes de abril, y ella hizo figuritas con el pan. La acompañé hasta su barrio y quedamos en vernos esta semana. Cuando volví a casa entré sin encender ninguna luz, y a tientas llegué hasta el salón. Apoyé la cara en la ventana, estaba fría. Saqué el teléfono del bolsillo y marqué. El número marcado no corresponde a ningún cliente. Tuve entonces la sensación, no, la certeza, de que las paredes de mi casa se movían. Así que salí de casa y comencé a caminar, sin rumbo fijo. Lo hice durante unas tres horas. Cuando volví a casa también me dolían los pies.