Estamos en el bar de siempre, tomando unas cervezas, como siempre. JM está enfadado conmigo. Dice que soy un mierda y un mal amigo porque llevo unos días durmiendo en su casa, por razones que no vienen al caso, y, dice, no se nota. Dice que él en mi casa ha hecho cosas que no cabrían en la mente de ninguna persona intelectualmente sana, y que yo en cambio en la suya parece que no estoy. Se queja de que recojo el sofá en el que duermo, de que no dejo pelos en el lavabo ni platos sucios en el fregadero ni calcetines sobre la mesa. Yo le digo que me disculpe, que le entiendo, y que la culpa es de ese pudor que no me deja vivir, ese maldito pudor que tan sólo consigo disimular, a duras penas, si utilizo a la vez las tres máscaras.
Estamos en el bar de siempre, tomando unas cervezas, como siempre. Primero estornudo, después estornudo y al final estornudo. La mesa llega a la rápida conclusión de que si hay algo en este mundo que cabría calificar de justo, en términos absolutos, eso es mi alergia. Porque así es como la naturaleza me devuelve todos mis desprecios. Porque yo detesto las arboledas y los insectos, los caminos de tierra y los animales de compañía, los bosques y las aves. Y sobre todo odio aquel parque. Dios, cómo odio aquel parque.
Estamos en el bar de siempre, tomando unas cervezas, como siempre. Sebas y JM se miran y luego me dicen que me ven triste, y preguntan a qué se debe. Yo les respondo que estoy apenado porque esta semana se ha emitido el último capítulo de las Gilmore Girls, que nos abandonan para siempre. Ellos me dicen: no, venga, ahora en serio. Y entonces comienzo a hablar. Vereis...
jueves, mayo 17, 2007
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