viernes, noviembre 09, 2007
Te quiero menos, ahora que te conozco
No sé muy bien como explicarlo, pero podría comenzar por decir que en ocasiones me gustaría ser capaz de rebajar mis expectativas. Atemperar objetivos y maneras y disfrutar de ambiciones de las de a diario. Mudarme al extrarradio a disfrutar de los picos de ánimo de un trabajo de diez a siete, y ocupar las horas de ocio en la bodega de la esquina hablando del último regate de Messi o del más reciente estreno de Antena 3. Volver al barrio, refugiarme en el vecindario, descansar en brazos del grupo, situar una red de familiaridad bajo el trapecio y dejarme ir, sabiéndome no todo sino parte. Aunque, ¿lo ven? Ya estoy otra vez igual. Empleando términos que me son ajenos. Barrio, origen, volver. Cuando a ninguno de esos lugares es posible acudir si no ha sido previamente punto de partida. Barrio, origen, pertenencia. Una quimera para alguien que arrastra cuatro acentos distintos producto de unas raíces barrocas y una infancia deslocalizada. Unas raíces barrocas que vienen bien para llenar media hora de conversación casual con la primera descerebrada que cometa el error de darme conversación en cualquier barra, pero que me vetan la posibilidad de sumergirme en localismo alguno. Y una infancia deslocalizada que hace del concepto de origen una fotografía movida, un mapa lleno de tachones. Y cuatro acentos que no sirven para nada de lo que merezca la pena hablar. Ni barrio ni raíces ni apenas familia. Atrapado, sin posibilidad de desacelerar, sin la opción de permitir que sean otros los que empujen un rato. ¿Entienden lo que les quiero decir? Demonios, ¿lo entienden o qué? Está bien claro. Quiero decir que estoy sólo en esto. Puta resaca. Mierda ya. Me voy a ver a la Ivanovic.
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