Juraría que no he dormido más de quince minutos, aunque en realidad lo he hecho durante cinco horas. Sufro una resaca espantosa. Horrible. Doy vueltas en la cama. No puedo dormir. Me levanto, abro el frigorífico, preparo un sandwich con una loncha de jamón y otra de queso, y le doy dos bocados. Me sienta fatal. Vuelvo a la cama. Nada. Imposible. No puedo dormir. Miro el reloj. Las nueve de la noche. Decido entonces hacer algo estúpido: me levanto, me ducho, me visto y me voy a la fiesta de la revista. Eran las diez de la mañana, ayer, hoy, cuando a todos prometí que no iría. ¡De ninguna manera! Y allí estoy. Cuando llego aún hay gente haciendo cola. Mientras espero, dos tipos delante de mí hablan.
- ¿Cómo? ¿Fuiste con una amiga? ¿Una amiga especial, acaso?
- No, especial no. Sólo me la follo.
Bien. Esto empieza bien. Buscan mi nombre en la lista. Entro al local. Miro alrededor. Me reconforta comprobar que ninguno de los míos alcanza el grado de insensatez necesario para presentarse allí tras lo de ayer. El grado de insensatez necesario, mi grado de insensatez. Oteo el horizonte en busca de caras conocidas, pero alguien llega por detrás y me tapa los ojos.
- ¿¡Quién soy!?
- Hmmm... ¿Maddie McCann?
Me suelta. Se sitúa delante de mí.
- No, tonto, soy yo.
Es una pelirroja resultona con la que estuve un tiempo hace ya unos cuantos años. Hace siglos que no hablamos, pero empieza a contarme una anécdota como si nos hubiésemos visto ayer mismo.
- ... y me dice que esa casa no le gusta porque es pequeña. ¡Pequeña! Y yo le digo que cómo va a ser pequeña si tiene tres habitaciones y va él y me dice que quiere cuatro. ¡Cuatro! Y yo le digo que para qué quiere cuatro y me dice que por si acaso y yo le digo que por si acaso ya está la tercera y él me dice que en la tercera quiere poner una mesa de billar. ¡Una mesa de billar! ¿Pero tú sabes lo que ocupa una mesa de billar?
No me explico cómo pude un día echarme eso a la boca. Niños, cuando alguien os ofrezca drogas, decid simplemente NO. Habla y habla, y yo mientras asiento con la cabeza aunque hace tiempo que he desconectado. Finalmente alguien llega y requiere su atención, gracias a Dios, momento que aprovecho para escabullirme. Me acerco a la mesa de las bebidas. Mezclo en una copa el líquido de las dos botellas más cercanas. No sé qué contienen, no me apetece leer. Doy un sorbo. Sabe a rayos. Alguien que conozco llega y choca su copa con la mía. ¡Salud! Me veo obligado a darle otro sorbo. Me dan arcadas.
- ¡Coño, pensé que no venías! Pues, mira, ya que estás aquí te voy a presentar a Marco...
- Genial, pero mejor luego, que ahora tengo que ir al servicio, tío, no sabes cómo me estoy meando. Después te busco, ¿vale?
¿Marco? ¿Qué mierda de nombre es ese? No quiero conocer a nadie que se llame Marco. Hoy no. Me alejo. Bajo unas escaleras. Me acerco a los servicios. Hay dos puertas, pero en ninguna indica a qué sexo corresponde. Dudo, y entonces se abre una de las puertas, sale la actriz, tropieza y cae justo delante de mí. Me agacho y le ofrezco mi brazo.
- No hace falta que te lances a mis pies, tampoco soy para tanto.
Se ríe. Se incorpora.
- Qué verguenza... creo que he bebido demasiado... oye, me gusta tu chaqueta... creo que estoy empezando a hacer el ridículo... oye, ¿por qué no me sacas de aquí?
Me agarra con fuerza y de esa guisa salimos del bar. Una vez fuera, la actriz se detiene.
- Me duele un poco el tobillo, igual me lo he torcido... qué ridículo, espero que no me haya visto nadie... putos tacones... oye, ¿tienes el coche muy lejos?... ¿te importa si mientras vas a por él yo te espero aquí?
Por supuesto que no, le digo. Echo a andar, doy la vuelta a la esquina, detengo un taxi y me voy a casa.
jueves, octubre 11, 2007
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