lunes, octubre 15, 2007
La India
Cuando al fin estamos todos sentados el tipo alto lleva la conversación a su terreno: las vacaciones. He pasado tres semanas en la India y os digo que aquello te cambia la vida, es increíble cuanta dignidad existe en la miseria. Menudo gilipollas. Estoy tentado de decirle que yo he pasado mis vacaciones encerrado en la habitación de un hotel de Benidorm con dos eslavas, tres caribeñas y un camerunés. Eso sí que te cambia la vida. Pero no lo hago, porque oigo que el tipo alto dice "yo en la India he encontrado la felicidad", y entonces ya no aguanto más, entonces invento una excusa muy mal elaborada y me voy. Compro unas cosas que necesito y me dirijo a casa. Silbo en el rellano mientras espero el ascensor. Aparece mi vecina. Dejo de silbar. ¡Hola! El ascensor no acaba de llegar, vendrá de arriba del todo. Quien sí llega es una mujer con traje chaqueta. Su cara me suena. Tú eres la de la asesoría. No, la inmobiliaria. ¿La inmobiliaria del quinto? Eso es un dermatólogo. ¿Del cuarto? El tercero. Eso, el tercero. ¿Y llevas mucho tiempo ahí? Cinco años, hace cinco años que somos vecinos. Le caigo fatal. Se produce un silencio incómodo, aunque no para mi vecina, quien ríe entre dientes. Yo también lo hago, por empatía, y al descubrirme la del traje chaqueta hace un gesto borde. Cree que me río de ella. Me odia. Al fin llega el ascensor. Entramos. Pulso el botón de mi piso. Luego hago la intención de pulsar el botón del piso al que va la mujer del traje chaqueta, pero ya no recuerdo si es el tercero o el cuarto. Dudo, con el dedo en el aire. El tercero. El ter-ce-ro. Me detesta. La puerta tarda un poco en cerrarse, el tiempo justo para que alguien desde fuera grite "¡un momento!". Pulso el botón de abrir. La puerta se abre. ¡Gracias! Es un señor que debe pesar unos ciento cincuenta kilos. El dermatólogo, creo. Mi vecina hace un gesto de desaprobación y pregunta un ¿cabemos? que en realidad quiere decir no cabemos. Pero el gordo sube. Pulsa un botón, la puerta se cierra y el ascensor comienza a ascender. No por mucho tiempo, ya que tras haber recorrido apenas unos metros suena un click y se detiene. Nos hemos quedado encerrados. Mi vecina mira al gordo con evidente reproche. Este confiesa a continuación que esa es la tercera vez que se queda encerrado en aquel ascensor. Mi vecina está a punto de comenzar a gritarle, pero la chica de la inmobiliaria -¿o era una asesoría?- hace un comentario, para relajar el ambiente. Bueno, si esto se prolonga al menos llevamos comida. Y señala la barra de pan que sobresale de la bolsa del dermatólogo. Este le responde que ha leído que el hombre aguanta más sin comer que sin beber. Y a continuación señala mi bolsa. Bueno, tú seguro que llevas ahí agua o algo. Yo respondo que agua no pero sí condones, así que si eso se prolonga podemos montar una buena fiesta. Mi vecina se ríe. El gordo también. La chica de la asesoría no. Definitivamente, me odia. Así que prosigo la broma. Aunque no tenemos mucho espacio; habrá que hacer turnos. Mi vecina se echa las manos a la cara. El gordo vuelve a reír. La chica de la asesoría -¿o era una inmobiiaria?- me mira fijamente y luego comienza a rascarse el cuello. Me odia. Me odia y la pongo nerviosa. Entonces suena otro click, y se va la luz. Nos quedamos a oscuras. Mi vecina, en un gesto instintivo, agarra mi brazo. La mujer del traje chaqueta chilla.
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