Una estación casi vacía, una estación sin conexiones. Un niño. Una madre que charla con una amiga. La espalda de la madre. El descuido. Un instante. El niño corre. Hacia la vía. Me pierdo en los detalles. El cabello de la madre. La carrera inexperta del niño. El suelo de piedra de la estación. La madre que se gira. La madre que emite un grito sobrehumano. La madre que corre hacia el niño. El niño que no escucha. Al fin reacciono. Alcanzo al niño. Le agarro de los hombros. A un metro del andén, a un segundo de la tragedia. La madre llora. Alivio. El niño llora. Confusión. La madre me abraza. Su amiga mi abraza. Gracias, gracias. Pero yo sólo puedo pensar en los instantes de parálisis. ¿Qué clase de persona se pierde en los detalles? El reproche. Siempre el reproche. Me obligo a pensar en otra cosa. Doy media vuelta en la cama. Entonces veo luz en el salón. Me he dejado la lámpara encendida. Me levanto. Voy hasta la lámpara. Apago la luz. Vuelvo a la cama.
Intento no pensar en el niño. Así que pienso en ella. Ella que baila. Ella que toma el sol. Ella que sonríe. Y la arena. La arena y el viento. El viento y mi pelo y sus manos en mi pelo. Y el descuido. El descuido y el olor a medicina. Y las máquinas. Y el fuego. Al final siempre el fuego. Y el reproche. Siempre el reproche. Me obligo a pensar en otra cosa. Doy media vuelta en la cama. Entonces veo luz en el salón. Me he dejado la lámpara encendida. Me levanto. Voy hasta la lámpara. Apago la luz. Vuelvo a la cama.
Intento no pensar en ella. Así que pienso en la madre del niño. Pero la estación tiene ahora el suelo de arena. Y la madre del niño tiene su rostro, el de ella. Y el viento mueve su pelo. El viento y su pelo y mis manos en su pelo. Y el descuido. Y el niño que se aleja y yo que me pierdo en los detalles. Y el niño que cae. Al fuego. Al final siempre el fuego. Y el reproche. Siempre el reproche. Me obligo a pensar en otra cosa. Doy media vuelta en la cama. Entonces veo luz en el salón. Algo no va bien.
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