El viernes me invitaron a una fiesta en un barco. Me pillaba un poco lejos, y aquel no era el mejor día para viajar. Pero era una fiesta en un barco. La lista de invitados, por otra parte, tampoco es que disparase el entusiasmo, más bien todo lo contrario. Pero era una fiesta en un barco. Así que fui. A la fiesta del barco. Un barco enorme, por cierto. Cuando llegué, un tipo muy grande se acercó y dijo "¡por aquí, caballero!", y una vez dentro otro tipo no tan grande dijo "¡abajo teneis sandwiches!" y también "¡el hielo está aquí!". Me integré en un par de conversaciones y no tardé en toparme con alguien a quien detestar. Ese alguien era una muchacha que arrastraba reminiscencias de un acento argentino, de segundo o tercer grado, que parecía tener una opinión para todo y que tenía la manía de utilizar la expresión "si hay algo que odio en este mundo, eso es...". Todas sus opiniones parecían estar compuestas de lugares comunes, corrección política y pereza mental, así que me animé a llevarle la contraria, intentando desentrañar si todo en ella era como parecía simple segunda mano o si en cambio atesoraba alguna idea genuína. Mi oportunidad llegó cuando ella dijo: "si hay algo que odio en este mundo, eso es la ausencia de humildad". Yo dije que en mi opinión la humildad es el refugio de los mediocres, y que entrar a analizar la humildad del otro no es más que una exhibición de envidia. Luego ella dijo: "si hay algo que odio en este mundo, eso es la falta de modestia". Y yo repliqué que en mi opinión la modestia es el apeadero de los cobardes, y que entrar a analizarse la propia modestia no es más que una exhibición de vanidad. La mirada que me dedicó en ese momento no hubiera podido contener mayor odio.
Unas horas después le juré amor eterno, como hago siempre. Se llama Daniela. Le encanta que le hagan cosquillas. Cocina la mejor lasaña de verduras que haya probado en mi vida.
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