viernes, agosto 10, 2007
La boca del lobo
Le pregunto cuál es su color favorito y me dice que es el blanco. Alego que no puede ser, que el blanco es un no-color. Pero en realidad me parece una preciosidad de respuesta, y por eso me cabreo, porque no busco excusas para el embeleso sino para el desengaño. Después le pregunto cuál es su libro favorito y me dice que ninguno le ha dejado tanta huella como aquel de Los Cinco que leyó cuando tenía doce años, un verano. Otra respuesta perfecta. Y le pregunto su canción favorita, y me ve venir, y mira los discos que tengo en las paredes, encima de la mesa, tirados por el suelo, y responde que su canción favorita es la próxima que yo le ponga. Y nos acostamos, y follamos, y leemos tumbados en la cama, y nos levantamos, y bajamos a comprar helado, y subimos, y follamos, y nos vestimos, y vamos al bar, y nos encontramos con mis amigos, y a todo el mundo le cae muy bien. Y me cabreo, porque no busco excusas para el embeleso sino para el desengaño. Y comienzo a recordar cosas inconvenientes, y dudo más de lo aconsejable, y me mareo, y me trabo, y pierdo pie. Y asustado agarro su mano y le miro a los ojos y le sonrío. Y ella me devuelve la sonrisa. Y comienzo a pensar en ella, y luego en mí, y luego en ella conmigo. Y entonces ya sí: entonces me da pena, entonces siento lástima por ella. Me sobreviene un poderoso ataque de misericordia. Y ahí encuentro lo que buscaba, pues la misericordia es incompatible con el respeto. Y al fin respiro. Y todo vuelve a su sitio.
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