Está tan nerviosa que parece que va a explotar.
Está enfadadísima.
Por milímetros consigo esquivar el "2666" que me lanza con la peor de sus intenciones. Luego coge un vinilo de Ornette Coleman y lo parte en dos con su rodilla. Toma el Brian Wilson de escayola y lo arroja por la ventana. Hace un amago de irse, pero vuelve sobre sus pasos, agarra el retrato de Fridjof Nansen y lo destroza contra el marco de la puerta. Y comienza a gritar.
"¡Eres un hijo de la grandísima puta!".
Tan sólo alcanzo a arquear una ceja.
"¡Eres un desgraciado!".
Tan sólo alcanzo a levantar un dedo en señal de desacuerdo.
"¡Eres un fracaso!".
Alto ahí. Eso no. ¿Un fracaso yo? Me veo obligado a defenderme. Hablo. Pero descubro que cada frase que sale de mi boca suena como el puñetazo al aire de un boxeador sonado. Que cada argumento nace muerto.
Igual tiene razón. Igual es verdad que soy un fracaso.
Quise ser una estrella del rock, pero me equivoqué de instrumento y acabé tocando uno que sólo le interesa a pelirrojas y maricones. Quise ser un deportista de élite, pero me equivoqué de disciplina y acabé practicando una que sólo le interesa a rusos y oligofrénicos. Quise escribir como Elfriede Jelinek, pero acabé rellenando un blog que más bien parece el diario íntimo de Paris Hilton. Quise conducirme en la vida con la elegancia de un Brian Ferry, pero mis cajones acabaron repletos de camisetas con leyendas como QUE ALGUIEN CIERRE YA EL ARMARIO, como CEDA EL VASO, como THE LAST OF THE FAMOUS INTERNATIONAL PLAYBOYS.
Pues sí.
Soy un inagotable surtidor de frustraciones.
Una mascletá de rotundos errores.
Un Corte Inglés de fenomenales decepciones.
Un fracaso. Un enorme fracaso. Un descomunal fracaso.
Bueno. Menos mal que estoy como un tren y aún puedo echar un polvo de vez en cuando.
miércoles, agosto 01, 2007
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