Es la noche de Reyes pero acabamos en el mismo bar de siempre. Cuando entra un grupo de gente entre los que se encuentra una enana me giro de inmediato hacia Sebas, quien ya está diciendo "por encima de la barra, la tiro por encima de la barra". Le digo que lo deje, que no me hacen gracia esas bromas. Se lo digo muy serio, para que me haga caso, pero en realidad me importa poco ya que estoy más pendiente de una morena que me mira desde la barra. Media melena, pelo negro, ojos negros, botas negras, minifalda negra. Un esqueleto espléndido. La miro. Me mira. Me acerco, sin quitarle ojo. Mientras lo hago pienso "se parece a una de esas figuritas de Swarovski", y cuando llego a su altura se lo digo: "pareces una figurita de Swarovski". Sonríe. Le gusto. Vale. Luego hablamos de las ventajas de la cocina a vapor y del ocaso de los videoclubs, de las frases hechas y de la Wii. Y para todo encuentra una respuesta ingeniosa o un comentario simpático. Emite unas vibraciones tan positivas que me siento hipnotizado, a punto de perder pie, al borde del balbuceo. En el bar suena una canción de Madonna.
This is who I am, you can like it or not,
you can love me or leave me 'cause I'm never gonna stop.
No mucho después recorremos el trayecto que separa el bar y mi casa enfrascados en un vals de besos y risas. Nos besamos junto al cajero, nos besamos en el portal, nos besamos subidos en el ascensor. Tardo una eternidad en conseguir abrir la puerta porque no encuentro las llaves. Juega conmigo. Me impide buscarlas. Cuando al fin llegamos al salón repara en los discos que tengo tirados por el suelo, en las paredes, sobre la mesa. "Joder, cuántos discos", dice. Les echa un vistazo, elige uno de Sam Cooke y cuando comienza a sonar "I'll come running back to you" me propina un empujón que me lanza sobre el sofá. Comienza a bailar. Y a quitarse la ropa. Su forma de moverse es embriagadora y tiene una sonrisa que vale un universo. Cuando termina de desvestirse sigue bailando, desnuda. Me fijo en sus caderas, en sus hombros, en sus rodillas. Su esqueleto es aún más sublime de lo que antes me había parecido, ya que a la armonía de sus proporciones une unos músculos longilineos y tonificados, indicativos de un presente esforzado. Me fijo en sus muslos, en su vientre, tensos. En las aureolas de sus pezones, grandes y de un tono muy oscuro. Y en sus manos, que balancea en el aire al ritmo de la música. Arriba, girando, dibujando figuras en el aire.
Es entonces cuando comienzo a llorar.
No es una lágrima furtiva ni un leve sollozo. Es un llanto torrencial, es un manantial de pena, es un tsunami de amargura. Dios, es la premiere de "Lo que el viento se llevó". Durante unos instantes se desata la tormenta, pero ella no se da cuenta y desperdicia una danza sin público. Al fin me ve y apaga la música. Pregunta "qué te pasa". "No lo sé", respondo. No lo sé, no tengo ni idea. Pienso que se va a vestir y se va a ir. Pienso que me va a insultar. No es para menos. Pero no hace nada de eso, sino que se sienta a mi lado, coge mi cabeza y la coloca sobre su pecho. Después comienza a moverse, a mecerme. Y tararea una canción de cuna.
Tú eres un niño que está triste, eres un niño que no sueña,
y la gaviota está esperando para venir cuando te duermas.
Su pecho huele a perfume caro. A jazmín, vainilla y lavanda. Es el mismo perfume. El mismo. Ya es casualidad.
lunes, enero 08, 2007
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