viernes, marzo 07, 2008

(Des)concierto

Cada párpado me pesa una tonelada. Tengo que aprender a decir "no". Pero hoy no es el día. Hoy toca decir sí. Hoy me invitan a un concierto y luego al post-concierto, y me invitan de corazón, y yo voy, siempre voy. Cuando llego me encuentro con Blanca, quien con un gesto me acerca a su corrillo, para a continuación emitir un comentario en extremo amable sobre la forma de mis manos. Yo sé que lo que en realidad pretende es hablar de violines, pero no entro en su juego, pues no me gustan esas artimañas retóricas mediante las cuales alguien establece una conversación que luego habrá de manejar otro, como si las habilidades del otro en cierta forma nos correspondiesen por el mero hecho de gozar de su amistad. Pero ella es quien a esto me ha invitado, y por lo tanto estaría feo el hacerle evidente mi incomodidad, así que me limito a esquivar el guante y, ya que me habla de manos, dedicarle al oído un poema adecuado propiedad de no me acuerdo quién:
Por esas manos, hijas de tus manos, tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en la tierra, veré en los tuyos lágrimas un día.
Luego me disculpo y me acerco a la barra y pido una copa. Pero cuando voy a pagar la camarera me dice que no, que Blanca le ha dicho que yo no pago.
- Genial. Pues entonces ponme dos.
Al rato vuelve Blanca, con dos amigos, y me los presenta, y mantenemos una conversación casi meteorológica, y después me pregunta por mi reciente encuentro con Leonor. Las noticias vuelan, esto no es una ciudad, esto es un pueblo. Pero yo no entro en su juego, pues no me gustan esas artimañas retóricas mediante las cuales alguien establece una conversación que luego habrá de manejar otro, como si los conocidos del otro en cierta forma se convirtiesen en propios por el mero hecho de saber de su existencia. Pero ella es quien a esto me ha invitado, y por lo tanto estaría feo el hacerle evidente mi incomodidad, así que me limito a esquivar el guante y, ya que me habla de Leonor, dedicarle al oído un poema adecuado propiedad de no me acuerdo quién:
Bella, no te caben los ojos en la cara, no te caben los ojos en la tierra.
Hay países, hay ríos en tus ojos, mi patria está en tus ojos,
yo camino por ellos, ellos dan luz al mundo, por donde yo camino, bella.
Muchas copas después, algunas horas después, una luz tenue entra por mi derecha, por su izquierda, la izquierda de Blanca, quien situada debajo de mí exclama "¡hazme daño!". Es la tercera vez que me dicen algo así en muy poco tiempo, algo que no acierto a comprender. Yo cuando me miro al espejo lo último que esperaría de aquel a quien miro es un conato de violencia. Pero está claro que no se parece en nada el cómo nos ven al cómo nos vemos, y pensarlo demasiado es embarcarse en el tren de la bruja, así que me limito a pensar "¿cuánto daño?, y luego "te cambio un diciembre cualquiera, el que tú me digas, y entonces sabrás lo que es el dolor", y luego "en fin, supongo que de momento bastará con que utilicemos lo que guardo en el cajón que descansa bajo mi cama".
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