viernes, noviembre 02, 2007
La noche del muerto viviente
Aquello más que un concierto parece una reunión familiar. Los de siempre hablando de lo de siempre. Bebemos. Alguien a quien no conozco me llama por un nombre que no es el mío y me da una copa. Luego empieza a hablarme, se da cuenta del error y se va. Más tarde vamos a un garito decadente donde sirven batidos y cocktails. Allí doy mi original discurso sobre la insoportable sobreestima imperante del concepto de igualdad, pero casi nadie me lleva la contraria, así que me aburro. Seguimos bebiendo. Pierdo a mis acompañantes entre un bar y el siguiente. Es entonces, completamente sólo en medio de una calle abarrotada, cuando me doy cuenta de que todo el mundo alrededor lleva disfraces absurdos. Eso es, estoy rodeado de gilipollas, así que huyo, no sin antes estar en un tris de meterle dos guantazos a un anormal que va de Freddy Krueger. Me meto en otro bar. Allí me enredo con una gallega en cuya mirada se concitan todos los diferentes colores del puto océano. Me gusta. Tenemos un sentido del humor similar, así que reímos y reímos. Sus amigas se acercan, pero no entienden nada de lo que decimos y se van. Bebemos. Y luego bebemos más. Salimos del bar y echamos a andar. No hay taxis libres. Una chica muy joven se acerca y nos pregunta por la localización de un bar llamado "el bodegón de las ánimas". Nos reímos, a carcajadas, y la chica joven se indigna y nos llama imbéciles. Acabamos en mi casa. Meto a la gallega en mi cama y me voy al sofá, ya que tengo por norma no acostarme jamás con una mujer que vaya más borracha que yo. Al día siguiente me despierta y apunta su número de teléfono en un post-it. Dice llámame y vamos juntos al tenis, me da un beso en la frente y se va. Esta chica me gusta un montón, pienso. Comienzo a denotar un leve sentimiento de ausencia, un regusto a pérdida, una cierta melancolía. Agarro el post-it, lo rompo en mil pedazos, y se me pasa.
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