Llego a casa en muy mal estado. Me duele la garganta, me duele la cabeza, me duelen los brazos y las piernas. Tengo fiebre. Decido que hoy me voy a acostar bien pronto. Luego pienso en lo habitual: que si los excesos, que si la contaminación, que si yo antaño apenas enfermaba. Entonces suena el timbre de la puerta. Abro. ¡Felicidades! Son F, y E que es la novia de F, y S que es la amiga de E. Me dan un regalo. Lo miro atontado. ¡Ábrelo! Lo abro. Es un torito de fieltro, con sus banderillas, su divisa rojigualda y su pegatina en la base con la leyenda "Recuerdo de Ávila". Me parece un regalo fantástico. Gracias. Vamos al salón. Suena de nuevo el timbre. Son C, y M que es la hermana de C, y L que se ha cortado el pelo. ¡Felicidades! También me traen un regalo. Un delantal de cocina estampado de motivos marineros. Buen regalo también. Pero no entiendo nada. Llegan hasta el salón y se juntan con los demás. Ponen música y abren el mueble bar. ¿Tienes hielo? No tengo la menor idea de qué hacen en mi casa ni de por qué me felicitan. Como hacemos todos los despistados, lo primero que hago es pensar que la culpa es mía. Seguro que olvido algo. Pero no caigo. Suena el teléfono de la habitación. Voy a cogerlo. Es mi hermana.
- Vaya fiesta tienes ahí, ¿no?
- Eso parece.
- ¿Y qué celebras?
- La verdad es que no lo sé. Pero la gente entra en casa y me felicita.
Vuelve a sonar el timbre. Alguien grita: ¡Yo abro!
- ¿Y les conoces?
- Sí.
- Pues tu cumpleaños no es, eso seguro.
- Ya. No sé.
Entra Laura en la habitación. Me besa en la mejilla libre y luego me susurra al oído que su regalo me lo da más tarde, a solas. Deja su chaqueta encima de la cama. Sale de la habitación.
- ¿Algún aniversario? ¿Algún premio? ¿Alguna buena noticia?
- No. Nada. Ni idea.
Suena el timbre otra vez.
- ¿Y por qué no les preguntas?
- Me da verguenza. Estoy un poco acatarrado.
- Ya. Y por culpa del catarro te has caído y te has dado un golpe.
- No...
- Pues no tengo yo la amnesia por uno de los síntomas de un catarro.
- Cierto. Tienes razón. Voy a preguntarles.
- Eso. Y luego me cuentas.
- Vale.
- Ah, y felicidades...
- No seas cabrona.
Cuelgo. Voy al salón. Apago la música. Todos me miran, como si fuera a dar un discurso.
- A ver: ¿me quiere alguien decir por qué coño me estáis felicitando?
Se echan a reír. Todos. Alguno incluso aplaude. Y luego siguen mirándome, como si esperasen el final del chiste. Me duele mucho la cabeza.
jueves, octubre 25, 2007
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