lunes, mayo 03, 2010

Los amores mal curados y lo inevitable

Sobre la mesa hay varias tazas de café y un tarro con azucar. En el suelo hay un niño que juega a unir grandes piezas de goma espuma. Disfrutamos de la escasa exigencia de los momentos de ocio y participamos de conversaciones cruzadas que versan en su mayor parte sobre la idea del recuerdo. Las sonrisas son sinceras y los esfuerzos mínimos. En un momento dado Martina pide la palabra y sofoca una sonrisa y luego me pregunta si me acuerdo de aquello que hice para Calvin Klein. Todos me miran con interés. Sin perder la sonrisa respondo: ¿Calvin Klein? Yo no he hecho nada para Calvin Klein. Martina me mira, divertida, como si esperase un guiño de complicidad. Joder, Marti, que yo no he hecho nada para Calvin Klein. Miro alrededor y nadie parece creerme, lo cual me pone de muy mal humor.
Entonces oigo un chirrido estruendoso, como de tren frenando en una vía llena de piedras. Cuando el ruido se difumina estoy de pie en una habitación con las paredes cubiertas de telas. Estoy desnudo y abrazo a una muchacha que también está desnuda, salvo porque viste unos calzoncillos de hombre. Me abraza al tiempo que intenta que el roce sea lo más leve posible. No hay el menor cariño en el abrazo, tan sólo la intención de ocultar nuestra desnudez del objetivo de un fotógrafo que nos grita: ¡no expreseis nada, soy perfectos, no teneis sentimientos!
Entonces oigo otro chirrido, otro chirrido estruendoso. Y cuando vuelve el silencio estoy de pie en una habitación con las paredes cubiertas de telas. Delante de mí hay dos chavales abrazados. El está desnudo y ella lleva unos calzoncillos de hombre. Estoy de muy mal humor, porque ella es novata y está muy nerviosa y me temo que acabaremos perdiendo todo el día. Intento explicarles lo que quiero. Quiero que no muestren nada, que parezcan indescifrables, inalcanzables, de otra especie. Pero no va a servir de nada. Veo que vamos a perder todo el día.
Entonces oigo un chirrido. Luego el chirrido desaparece. Ahora la luz entra por una ventana. En la mesa varias tazas de café. En el suelo un niño jugando sólo. Mi enfado va en aumento. ¡Joder, que yo no he hecho nada para Calvin Klein!, grito. Todos me miran sorprendidos. ¿Calvin Klein? ¿Qué dices de Calvin Klein? ¿Qué te pasa, cariño? No entiendo nada. Me siento desorientado. Entonces suena un chirrido. Un chirrido estruendoso. Como de tren frenando en una vía llena de piedras. Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir lo que hay, efectivamente, es exactamente eso. Un tren que descarrila. Ni más ni menos.
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