viernes, junio 13, 2008

Nothing happens in June

La noche resulta ser un poco como todas las noches. Me llaman y salgo. No me apetece pero da igual, hace buen tiempo. Me tomo una copa, después otra, y luego me aburro y pienso en irme a casa, pero entonces una niñata me sonríe y decido quedarme otro rato. A las seis de la mañana estoy en un karaoke. A las siete, tirado en el suelo de mi cuarto de baño. Despierto tarde y mal. Analgésicos y antiácidos. Bajo a comer. Entro en mi cafetería. Saludo a mi camarera. "Uy, qué mala carita traes...". Me pone un café tamaño estado de crisis. Echo un vistazo a un suplemento dominical. Leo las declaraciones de alguien que se define como "aventurero" y que proclama que su espíritu viajero proviene de una infancia llena de traslados. Menudo soplapollas. Serían traslados de Albacete a Toledo y de Toledo a Albacete, no te jode. A tí te habría tenido yo un semestre en Moscú y el siguiente en Berlín, y el siguiente en Chicago y el siguiente en Madrid, verías cómo se te habían quitado las ganas de conocer mundo, verías cómo se te había quitado "la ilusión por emprender otro aprendizaje de otro dialecto de otra aldea remota". Verías cómo deseabas que cada hogar fuese el último, verías cómo sufrías cada mudanza como si se te hubiese muerto un familiar, verías cómo te dolía el estómago cada vez que tuvieses que coger un avión, verías cómo al llegar a cada habitación de hotel echabas de menos tus sábanas y el suelo de tu habitación y tus lámparas y hasta el color de los azulejos de tu cuarto de baño. Hay quien dice que las dificultades te curten, que te hacen más fuerte. Es mentira. Cada problema te inocula un nuevo temor, cada error una nueva duda, cada tragedia un nuevo trauma. Cosas que ya no desaparecen jamás. Por eso tenemos cada vez más miedo, por eso con el transcurso de los años valemos cada vez menos. Por eso las guapas son más felices.
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